El Páay T’aan, la gota que derramó el vaso

Verónica García Rodríguez: El Páay T’aan, la gota que derramó el vaso

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La cultura maya ha sido, desde hace muchos años, motivo de asombro y admiración por sus conocimientos en astronomía, la exactitud de su calendario, lo complejo de su escritura, las matemáticas, el uso del cero y las majestuosas edificaciones que hoy se conocen como vestigios de su periodo de "esplendor".

Es por eso, que a partir del 2012, en que se cumpliría —según algunas interpretaciones— la profecía señalada para el Baktún 13, el culto a lo maya como paliativo espiritual y mágico cobró tal relevancia que dio pie a la proliferación de festivales, productos artísticos y eventos que revitalizaron algunas prácticas culturales; pero, también de nuevos pseudo-sacerdotes y ceremonias que, con una mezcla sin fundamento de diversas cosmogonías, hoy se erigen como mayas, mismas que se venden como tales a los incautos.

Es verdad que hablar de lo maya y no maya, es como tratar de definir quién es y quién no es maya, cuando el tema de la identidad es muy complejo. Sin embargo, y sin entrar en detalles conceptuales, sabemos que hoy existe un pueblo maya vivo, heredero de una cultura milenaria, cuyo discurso fue interrumpido y silenciado por mucho tiempo, al que se le fue arrebatado el lugar que le correspondía en su propia tierra.

Hablar del pueblo maya es sinónimo de resistencia, pues en medio de la esclavitud que trajo consigo la invasión española, la persecución de sus sabios, la violación a sus mujeres, la masacre de familias enteras y la destrucción de los registros de su historia y pensamiento, lograron apropiarse de la lengua del conquistador para rescatar parte de sus textos sagrados y cosmovisión. Así, su lengua, ritos y tradiciones son parte su historia y vida cotidiana. Por tanto, resulta ofensivo que se utilicen como medio para una nueva explotación del pueblo maya.

Lo que ha sucedido ahora con el festival Páay T'aan La cita es el extremo del uso irresponsable de los elementos culturales mayas, pues si bien sabemos que estos son parte del atractivo turístico de Yucatán, aún no se han regulado, ignorando el agravio a los ciudadanos de origen maya, que son más del 50% de los habitantes de nuestro Estado, así como los efectos que en materia de discriminación y violencia producen.

La imagen que se ha viralizado de la mujer maya urdiendo bajo el sol como atractivo de este festival con sede en Izamal es igual de ofensivo que la exhibición de mujeres mayas torteando en los restaurantes y hoteles o que éstas sean motivo de los chistes del teatro regional.

Con esta mínima reflexión, me solidarizo con el comunicado de la colectiva Maaya Ko'olelo'on, así como con las mujeres y los hombres mayas, quienes no se visten con pieles de leopardo ni plumas en la cabeza, y quienes merecen el respeto a su cultura y atención a sus condiciones de vida.

Es importante que sigan habiendo productos culturales y artísticos que revitalicen la lengua y la tradición, pero con el conocimiento y el respeto a los derechos humanos de las comunidades mayas.

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