¿Dónde quedaron las manecillas del reloj?

Rodrigo Ordóñez: ¿Dónde quedaron las manecillas del reloj?

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Este sábado las plumas pararon su trayectoria, dejaron opiniones inconclusas, fragmentos de historia en los gabinetes, temas literarios o médicos, todo quedó en silencio: se supo que don Martiniano Alcocer Álvarez, promotor de este espacio periodístico, el viernes por la noche perdió una batalla que nos rompió el corazón a quienes lo conocíamos. Esta fue una semana muy difícil, en lo personal, en donde las pérdidas acumularon heridas imposibles de cerrar en el corto tiempo.

A don Martiniano lo conocí en los días en que estudié en la Facultad de Ciencias Antropológicas, por un vínculo con su familia, una noche compartimos la cena y platicamos mucho sobre la literatura de la onda, a pregunta expresa mía, en la cocina de su casa, teníamos opiniones encontradas en ese momento pero el tiempo acabó dándole la razón.

Hablamos del Quijote de la Mancha, de los estilos de escritura, de periodismo y sus caminos enredados, que en ese entonces eran desconocidos para mí. Saliendo de la carrera, comencé a trabajar en el periódico Tribuna de Yucatán en donde una vez más, en ese difícil aprendizaje del oficio teniendo como fuente los juzgados, las corporaciones policiales, un amigo en común nos puso nuevamente en contacto, tomamos varios cafés, al menos yo, mientras me contaba historias, gajes del trabajo, anécdotas y varios consejos para no rendirme ante un mundo que me parecía ajeno y complejo, ya que jamás había redactado una nota periodística.

Aunque hay varios recuerdos atesorados en la memoria, el último vínculo comenzó una tarde de sábado cuando me propuso colaborar en El Poder de la Pluma, como columnista, él me sugirió el nombre que hoy tiene este espacio, hablamos mucho sobre la importancia de escribir, de mantener la pluma cabalgando entre las palabras, decir algo, comunicar, compartir con los demás, a través de las letras, la alegría de la lectura.

También, le confesé varias veces mis deseos de dejar atrás la escritura, el espacio, porque muchas de las crisis personales afectaban mi capacidad para ver más allá de mí, sin embargo, siempre me animó, me impulsó a no ceder ante esa sensación de vacío y continuar escribiendo, me ayudó a no renunciar a la palabra, que hoy en día es lo único que sostiene mi espíritu.

Originario de Valladolid, donde encontré muchas personas valiosas en mi estadía ahí, siempre recordaré sus calles y empedrados con la ensoñación con que miraba su ciudad en septiembre de hace varios años, cuando coincidimos en un evento. Como siempre, las palabras en este momento de duelo no alcanzan a expresar el luto y el dolor. La hermosa Zací me otorgó la bendición de grandes amigos, que estarán siempre vivos en mi memoria. Hasta siempre don Martiniano, fue usted un gran amigo, un maestro y un ser humano intachable, quedan pendientes muchas palabras y otros cafés, en algún momento los compartiremos entre las estrellas.

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