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Duelo laboral

En los últimos meses me rodean historias de amigos que se han quedado sin trabajo, por diferentes motivos, despidos injustificados, cambio de administración, renuncias obligadas o disfrazadas de jubilación. Todas dentro del ámbito de instituciones de gobierno, municipal y estatal, e instituciones educativas.

En todos los casos hay una constante, son personas que dedicaron muchos años a esos trabajos y estaban comprometidos hasta la médula con ellos, prácticamente todo su tiempo y su vida la dedicaron a su trabajo. Lograron cada uno, en sus respectivas áreas, hacer que sucedan cosas extraordinarias, invirtieron más tiempo del que les obligaba su horario laboral, pusieron el alma y el corazón, incluso algunos sacrificaron relaciones de pareja, amistades, e invirtieron hasta de su propio dinero. Gente profesional que tenía puesta la camiseta siempre.1

Pero nada de eso fue suficiente. La maquinaria de la burocracia no hace excepciones, así seas el mejor empleado o funcionario que hayan tenido, aplasta sin miramientos. Hoy están llegando nuevos jefes, con las capacidades o no, es lo de menos, y con ellos sus amigos, para acomodarlos hay que desocupar puestos. La maquinaria escupe a la calle a todos por igual, y en casos absurdos y excepcionales, pero verídicos, los menos eficientes tienen la suerte de mantenerse o recibir un ascenso, sin ningún otro mérito. Los puestos en la administración pública, muy contadas veces son realmente dados a los más competentes. Por eso, ahórrense felicitar a la gente porque obtuvo un cargo, felicítenlos cuando hayan terminado su encomienda y vean sus resultados.

Por algún lado escuché una frase muy cierta “en 10 años nadie se va acordar que te quedabas hasta más tarde en tu trabajo, sólo tus hijos”. ¿Por qué llegamos al punto en permitir que un trabajo consuma nuestra vida personal, en ser explotados o marginados, y ver cómo los que recién llegan son incapaces de reconocer los talentos y la experiencia de quienes ya laboran ahí?, ¿por qué se creen mejores o más capaces?, ¿sabrán cómo hacen sentir a los que llevan ahí toda una vida en un escritorio sin un reconocimiento a su trabajo?

El error no es de ellos, o sí; lo que nunca debemos permitir es dar tanto por tan poco. El duelo laboral es como cualquier otro duelo, pero si fue injusto y además amabas ese trabajo, pese a todo, el sentido de la pérdida es abrumador.

Puedo, desde mi propia experiencia, decir que todos mis amigos que pasan hoy por esto, tienen en el fondo la satisfacción de haber sido de los que dejan huella. Tristemente nadie es imprescindible, tu silla se ocupa al día siguiente, pero nunca nadie llenará esa silla como ellos, de eso no me queda la menor duda. Las instituciones han perdido mucho, y ustedes han ganado una libertad de elegir nuevos rumbos y mejores horizontes.

Mi recomendación, vean la película “Renuncia por motivos de salud”, guion de la escritora Josefina Vicens, una radiografía de la ingratitud laboral.

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