Las letras están servidas

Columna de Rosely Quijano: Las letras están servidas

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El libro más reciente de Carlos Martín Briceño es una delicia literaria y culinaria, mezcla de sabores, olores, recuerdos y letras que se guisaron, sin duda, a fuego lento con mucho amor y añoranza.

Cuántos recuerdos de la infancia no se encuentran atrapados en el humo de una olla de comida, cuántos bocados de comida yucateca no nos transportan a la casa de las abuelas y a los lugares inexistentes de nuestra niñez, por eso este libro evoca con sus crónicas y sus recetas al estómago, al paladar, al corazón y la memoria.

Nunca había visto a Carlos tan emocionado días antes por la presentación de uno de sus libros, como con éste: “Cocina yucateca. Crónicas de infancia y recetas de mi madre”, coeditado por Ficticia y la Sedeculta, del cual compartió un poco en su participación en el Congreso Internacional de UC-Mexicanistas que organiza la Dra. Sara Poot y la Filey, y a todos los presentes nos dejó con hambre, sí, hambre no sólo de salir corriendo al almuerzo que ya se aproximaba, sino también de leer el libro y constatar porqué, a un escritor con ya varios títulos publicados, éste le emociona y conmueve tanto.

Me arriesgo a decir que, como dice Mónica Lavín en el prólogo, es porque es un libro “escrito con la sabrosa pluma de un narrador exquisito y aderezado con los momentos asociados a la memoria”, momentos familiares que devela Carlos, y que unen su pluma con la de doña María del Carmen Briceño Bernés, su madre, quien nos obsequia sus recetas de platillos y postres tradicionales yucatecos.

Un libro-recetario que no sabré si colocar en el librero o en la cocina, que sé voy a intentar preparar varios de sus platillos, porque sólo los he vuelto a comer, desde que abuelita se fue, cuando mi hermana mayor Wendy los prepara, porque ella heredó sus recetas y su sazón.

También este libro me ha hecho pensar que cada familia tiene una sazón especial, un condimento secreto que heredan de generación en generación; y en esta era de los tutoriales en YouTube para cocinar, los sabores legendarios están comenzando a extinguirse en esta ciudad y sólo los recuperamos cuando acudimos a un municipio a degustarlos. Por cierto, la crónica de los famosos huevos motuleños está aquí, no podía faltar.

La niñez de Carlos y sus hermanos, como la de muchos, está aderezada con los recuerdos de la cocina, de las comidas familiares y de los aromas que nos abrieron el apetito más de una vez.

En esa época en que sólo escuchábamos el llamado a comer y pensábamos, ingenuamente, que la comida tan sabrosa que devorábamos no costaba tanto esfuerzo en su preparación, por eso resalto las palabras del autor cuando enfatiza que este libro es su forma de “homenajear a esas manos femeninas que han preservado las tradiciones a lo largo de los años y que han hecho de la comida un goce, no sólo para el paladar, sino también para el espíritu”. Con este libro de Carlos las letras están servidas para sus lectores. 

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