El ancla, nuestra esperanza
Daniel Uicab Alonzo: El ancla, nuestra esperanza.
La RAE define al símbolo como “elemento u objeto material que, por convención o asociación, se considera representativo de una entidad, de una idea, de una cierta condición”. Los hay universales, como la cruz para el cristianismo, el mazo o la balanza para la justicia; otros son característicos de oficios o profesiones que los identifica.
Entre los marinos del mundo el ancla es el símbolo por excelencia, pero de manera particular dentro de la tradición naval, pues es la impronta de todas las marinas de guerra del mundo. Sus mujeres y hombres las ostentan con orgullo en sus uniformes e insignias; está presente en los estandartes, gallardetes, clubes y hasta en la decoración de la vajilla.
En tiempos remotos, cuando no existían aún sofisticados instrumentos de navegación ni grandes motores, las embarcaciones dependían de las velas para surcar los mares, y mucho del ancla para su seguridad y resguardarse en el fondeadero o puerto más cercano en caso de mal tiempo y evitar el naufragio. En los buques de la Armada hay cuando menos dos anclas (a babor y estribor) y, según las tradiciones marineras, debe haber otra llamada “de respeto” o “ancla de la esperanza”. No está visible, creo que quedó como un dogma de fe heredado de los antiguos marinos. Aun así, confiábamos en que, si llegaba una tormenta, teníamos a bordo un ancla de la esperanza. Porque, como leímos en algún escrito: “El ancla es para el barco lo que la esperanza es para el corazón”.
Haciendo una analogía con los tiempos que vivimos, el próximo año se pronostica una travesía accidentada para nuestro barco llamado México, pues se advierte turbulencia y mar “picado” en lo económico, lo político y en otros ámbitos.
Sin embargo, hay que echar por la borda el pesimismo, ponerse a “son de mar”, levar anclas y dar ¡todo avante! con fe en el futuro, sin olvidar que tenemos un ancla de la esperanza que nos mantendrá firmes y seguros mientras amaina el temporal para salir del puerto de abrigo o del fondeadero y continuar sumando singladuras con buenos vientos. Porque siempre, después de la tormenta viene la calma.
Con estas reflexiones hago votos porque el 2023 sea un mejor año para todos. Recobremos la confianza de que el capitán de nuestro navío trace el rumbo correcto y nos conduzca a buen puerto; que los nubarrones encuentren su ocaso en el horizonte y sean sólo una estela efímera del itinerario; que registremos buenas nuevas en nuestros libros de navegación.
A quienes cumplen misiones en el cielo, mar y tierra, de manera especial al personal de salud, les deseamos que retornen sanos y salvos a casa, y a quienes ya se anclaron en el puerto seguro de sus hogares, estar siempre alertas al toque de “babor y estribor de guardia” para velar por el bienestar de nuestras familias.
Que el Sol en el levante sea la esperanza y el aliento que nos impulsen a alcanzar nuestras metas y sueños. ¡Buen inicio de año!
Anexo “1”
“Morder el ancla”
La iniciación en la Marina tiene muchas vicisitudes que trascienden lo anecdótico. Los marineros bisoños o grumetes –como alguna vez fuimos– realizan todo tipo de faenas a bordo de los barcos,especialmente las que nadie quiere hacer, comenzando por “lampacear” la cubierta todos los días a la hora de diana, limpiar las sentinas o adujar la cadena que iza el ancla a la hora del zarpe (incluso a media noche o de madrugada), labor que se realiza dentro de un minúsculo pañol y vestido sólo con short porque acaba uno lleno de arena y lodo marino.
Además, los noveles constantemente son blanco de bromas por parte de los más antiguos, especialmente de los cabos, quienes les encomiendan faenas a veces imposibles de cumplir, como “cerrar las válvulas de guardabalance” para evitar el vaivén del barco atracado en puerto. Y hablando de anclas, se nos decía que una de las formas de evitar el malestar por el mareo era “morder el ancla”, y algunos incautos cumplían ese ritual o remedio, aunque a hurtadillas, para que nadie viera que caían en el garlito.
¡Muchas felicidades!