El anuncio de lo adverso: Pizarnik

Patricio Carrillo: El anuncio de lo adverso: Pizarnik

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En el legado literario de Alejandra Pizarnik es una tendencia encontrar imágenes contundentes que demuestran que la poesía, la prosa y la escritura epistolar no sólo se usan para retratar la belleza de la vida; sino, como diría Bajtín, también se puede aludir a la belleza sutil de lo grotesco, cuestionando todo lo que entra en el rubro de la estética.

Uno de los versos más célebres de esta autora, que se encuentra en sus primeras obras, es “La carencia”, que dicta: “Yo no sé de pájaros,/ no conozco la historia del fuego./ Pero creo que mi soledad debería tener alas”, siendo la mención a una soledad un contraste a lo que podríamos suponer con el elemento de las alas, de volar, de ser libre; de partir.

Aún la temática, la construcción de esta retórica resulta bella, porque incluso en el desasosiego se puede hablar de lo que es sin temor a nombrarlo. Es sabido que la depresión de Pizarnik era una realidad.

Su fallecimiento, que el pasado 25 de septiembre conmemoró un año más, fue autoinfligido. Y ese es otro tabú que ya hay que desterrar de nuestro entorno social: el suicidio. Gran amiga de Julio Cortázar, mucha de la correspondencia entre ambos habla explícitamente del estado intrínseco de la escritora, incluso en una de las misivas, el autor de “Rayuela” le encomienda a Pizarnik que aguante, porque aún deben verse de nuevo.

Finalmente, en 1972 Alejandra emprendió el vuelo tras la ingesta de barbitúricos. La escritura en general de Pizarnik refleja su combate interno, un coqueteo con la búsqueda de identidad y también con esa necesidad de una racionalidad exacta, por lo que leerla no siempre nos da metáforas complejas, sino imágenes bellas que nos orientan hacia la reflexión y, sí hay que decirlo, a una intranquilidad con la que a veces más de uno se puede identificar, con la diferencia de que quienes leemos podemos hacer algo al respecto.

En “Yo soy” la autora se abre en un monólogo de preguntas y respuestas donde no intenta esconder nada: “mis alas?/ dos pétalos podridos/ mi razón?/ copitas de vino agrio/ mi vida?/ vacío bien pensado/ mi cuerpo?/ un tajo en la silla/ mi vaivén?/ un gong infantil/ mi rostro?/ un cero disimulado/ mis ojos?/ ah! trozos de infinito” (sic).

Es difícil separar el conocimiento de su salud mental del escrito, aun así, lo sublime de definir lo indefinible resulta una vista hacia el uno mismo para reaccionar ante lo que somos. ¿Qué responderíamos ante esas preguntas? Sería un ejercicio interesante.

Al final, ¿qué nos queda de Alejandra Pizarnik? Lo obvio: su obra. No obstante, también nos queda tras el ejemplo de la literatura –la lista de escritores que han acabado con su vida por decisión propia no es corta– de que los temas incómodos no son sólo temáticas, son situaciones existentes de las que hay que hablar, escribir, leer y, sobre todo, actuar.

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