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Un nuevo ciclo temporal culmina y la cuenta de los días obliga a ir desprendiendo el viejo calendario para suplirlo con uno nuevo, el cual pudiéramos concebir como esperanzador y en el que depositaremos en muchos sentidos el anhelo de que las cosas que deban ser cambiadas se transformen, así como procuraremos la continuidad de aquello que nos complace en nuestras vidas, aunque esto no es siempre un ejercicio fácil ni una sencilla suplantación de fechas, es, por mucho, un proceso por medio del cual, si es así como lo deseamos, tendremos que hacer frente a un sinfín de cuestiones pendientes u ocultas, postergadas por diversos motivos (emocionales, psíquicos o sociales) e incluso ausentes, ya que asumir el inicio de un nuevo periodo en nuestras vidas va más allá de solo poner en el encabezado una cifra diferente.

El año que termina ha sido por demás complejo, siendo continuidad de uno previo que vino a modificar muchas cosas de la cotidianeidad, con afectaciones personales, económicas y socio-culturales profundas, con golpes radicales sobre las condiciones materiales de vida de millones de seres humanos y, a la vez, entorno a nuestras subjetividades individuales que se vieron confrontadas con aspectos impensados, pero también con otros que estaban ahí acechándonos para encontrar el instante de asaltarnos, el sentimiento de ausencia incrementado por el Covid-19 no se reduce al fallecimiento de seres queridos, sino que se adentró en los procesos de duelo que fueron suspendidos o trastocados, generando colectivamente una serie de emociones que ahora se observan con el incremento de los padecimientos psicológico-sociales como, por ejemplo, el suicidio, que lamentablemente ha impuesto récord, o la ansiedad y la angustia que acompañan a más personas en su existencia.

El dolor que asistió al ciclo que termina tendrá que ser asimilado, no para olvidar y repetir sin conciencia, sino para poder ir dando lugar a lo venidero, las grandes transformaciones sociales requieren de ese proceso, al igual que las expectativas de vida que cada uno de nosotros y nosotras pudiéramos tener, soltar es parte del proceso, aferrarse es un error cuando hablamos de períodos finales, dejar ir no significa una derrota, muy al contrario, es una forma de salir airoso de una determinada situación o contexto, y esto aplica también para aspectos humanos como el sentimiento de alegría y felicidad, ya que su continuidad requiere por igual un balance y proyección que aporte para su mejoramiento, todo en nuestra vida social y personal es susceptible de ser revisado, pues el fin es alcanzar una condición de existencia renovada, aunque, como se ha dicho, requerimos para ello la generación de conciencia y el valor de afrontar aquello que nos lacera.

El almanaque deja caer su última página, despedimos según lo concebimos una parte de nuestras vidas, asociamos estas fechas con el fin y el inicio, ahora, tendremos que hacer realidad todo eso que en estos instantes pensamos, sea para el bien social o para el beneficio personal, pero siempre con la conciencia de que nuestras acciones se concatenan en un todo que influye de una u otra manera en el actuar colectivo, este nuevo año es un reto y una oportunidad, en el balance de nuestras vidas cada uno sabrá en dónde se ubica y cómo actúa frente a ello. 

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