El colmo
Julia Yerves: El colmo
En los últimos años, por las cargas virales que nos abrazan, pareciera que la gente ha tomado el tiempo libre para emitir discursos sobre sí mismos. No es un mal ejercicio. Enunciarse a favor o en contra de tal o cual cuestión supone un esfuerzo mental que se celebra con los aplausos más efusivos y, sin exagerar, también con ovaciones de pie. Y es que el tiempo, éste que pasa y se siente tan relativo, nos ha puesto la vida en perspectiva. En algunos meses pudimos asegurar que vivimos más de treinta y un días, y que entre los minutos que conformaban las horas, había espacios para incluir tres o cuatro segundos más para dar una sensación de eternidad. La eternidad de los minutos; de este tiempo que no avanza, pero que corre cuando quiere.
Los discursos expuestos, con temas por demás variados, después de un tiempo dejaron de ser sobre uno mismo y pasaron a centrarse en el otro, para finalmente dirigirse a la colectividad. Los resultados fueron sorprendentes. Mi favorito, por decirlo de alguna manera, fue: trabajamos mucho. ¡Y es verdad! Trabajamos tanto como nos es posible. No por opción, sino por necesidad. Pareciéramos una maquinita de carne cuyo ritmo es rápido, y continuará siendo rápido porque honestamente, quizá no sabríamos qué hacer si paráramos. De la mente ni se hable. Pensamos en tantas direcciones y vivimos en un constante ¿estrés? Esa es la palabra.
¿Pero qué nos estresa? El autor Josu Landa, diría que todo. En su “anafábula”, como ha querido nombrar, estamos ante un relato titulado “El colmo”. El escenario es el siguiente. Un hombre se desmaya en el Instituto de Filosofía y cuando vuelve en sí está en una camilla de hospital. La enfermera le está tomando la presión y él, en sus primeros segundos de lucidez, vuelve al caos que era su mente justo antes del desmayo diagnosticado como “estrés brutal”. Poco escucha de las indicaciones y no parece interesarle nada de lo que le rodea. En cambio, piensa en los artículos pendientes, las tesis por revisar, los dictámenes correspondientes y en su mujer que estaría enterándose en ese momento. Estaba perdiendo tiempo.
Antes de ingresarlo a cuidados intensivos, le recetaron tomarse las cosas con filosofía. Irónico, por supuesto. ¿Y eso cómo se hace? Quizá para lograrlo tendríamos que detenernos, pensar en direcciones con señalamientos profundos, no preocuparnos e ignorar realidades. Personalmente, me uno al sentimiento frenético del estrés porque, estos tiempos, sí son el colmo.