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En los secretos puede ocultarse algo aún más preciado que la posibilidad de la revelación en sí. Es como si existiera una magia sin nombre que nos elige para llevar eso tan irrevelable que a la par nos inunda con los aires solemnes de quien posee algo que no debe contar. Una suerte de poder. Pareciera que dentro del cuerpo escondiéramos las palabras que pudieran cambiar las circunstancias, para bien o para mal.

No me gustan los secretos. Quizá por esa sensación incómoda que se presenta como una tela transparente delante de mí, y que, si bien permite que el eco de mi voz atraviese libremente, no deja proyectar la verdad de mis ojos. Llevar secretos es caminar oculto, por el lado de una sombra a veces incómoda.

Por otra parte, naturalmente existen buenos secretos. Las mejores noticias se ocultan detrás de éstos; la posibilidad de incomodidad es considerablemente baja y los efectos de la declaración suelen ser festivos. No hay peligros, sólo expectativas.

En la novela El coronel fue echado al mar, del autor mexicano Luis Spota, encontramos una serie de secretos que prometen ser revelados pero no lo harán sino en el momento adecuado, para educar nuestra forma de indagar alrededor de lo misterioso.

Dentro de la historia embarcamos en un sitio sin nombre ni ubicación geográfica, “Mexicano” lleva el relato y junto con él descubrimos que, una vez en el mar, no sabremos absolutamente nada en referencia al destino, la compañía o siquiera el porqué de nuestra presencia. Hemos sido llamados a cumplir y con obediencia lo haremos.

Pronto, la tripulación se entera de que en la parte inferior del AnneLouisese llevan enfermos en riesgo de morir. La vida en el barco no es fácil. Las guerras significan, entre otras cosas, hambre. Éste no fue el caso. ¿Cuál es la relación entonces descubierta por la tripulación de que a mayor número de muertos, mayores raciones de carne por persona para las tres comidas? Nadie estaba listo para enfrentar la idea del canibalismo, pero tampoco podían descartarla, pues los cuerpos nunca fueron enviados al fondo del océano como la vida marítima dicta.

Tanto dentro como fuera de la historia, navegamos entre misterio latente y factores en contra: la pésima reputación del capitán, el hundimiento previo del Omaha, y la certeza de que todo podía ser posible en ese barco donde nadie sabía cosa alguna. Sin embargo, las respuestas llegan a puerto seguro y los pies a tierra firme. ¿El secreto? Me lo guardo.

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