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Los inicios de año siempre suponen un humor cargado de esperanza y de nuevas expectativas para lo que pudiera esperarnos al otro lado del último segundo del año en una cuenta regresiva. Dejamos atrás trescientos sesenta y cinco días que pudieron sentirse como doscientos días o como quinientos sesenta y cinco días.  Dependiendo, dicha sensación, del número de tribulaciones que se tuvieron en el año.

Sellar un fin con un abrazo me parece adecuado. Sin embargo, añadir el deseo explícito de un feliz año nuevo puede ser ambicioso considerando que esos, los momentos felices, son fugaces y no compatibles con la permanencia. Un abrazo con un deseo de buen año resulta una mejor opción porque al no desear una felicidad desbordada irreal, podríamos abrazar un deseo de bienestar con todos los matices problemáticos que un ciclo conlleva. Es como un sitio seguro.

Augusto Monterroso, con su microrrelato “El dinosaurio”, ha cruzado por mi mente desde los primeros pasos de un año nuevo que ha dado apenas 8 movimientos. El misterio de por qué lo traigo en la repetición consciente va de la mano con una suerte de hábito mental del cual no tengo control en absoluto para relacionar tonalidades emotivas de los días con letras de canciones o frases de libros. Así, mis acompañantes para este breve tiempo han sido las siete palabras que conforman el texto referido: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Transcurren los días y busco en las hojas húmedas de los árboles algún indicio, o si acaso suerte de conexión, para descifrar cuál es mi dinosaurio. (Se sabe que la contemplación pudiera conducir a la epifanía). A falta de respuestas, torno la mirada para distraerme de la misión y me concentro en siete palabras. ¿Quién despertó?, ¿es una persona?, ¿es el dinosaurio?, ¿en dónde estaría?, ¿se trata de un sueño, o más bien de una pesadilla?, ¿cómo es el sueño de los dinosaurios?

La respuesta racional cuando el tiempo apremia para ser productiva, es que cada quien tiene su propia carga “dinosaurial”; eso que nos acosa, que nos mira y camina a nuestro lado imitando nuestros pasos en paralelo. Esto, como el desear un feliz año nuevo, me sabe predecible y sin gusto. Tendríamos que arriesgar la imaginación y hacerla explícita para considerar que poco cambia de un día viejo a uno nuevo y que ese dinosaurio que despierta o que es encontrado al despertar, se mantendrá ahí. Más vale, entonces, desear un buen año. O en su caso, un buen dinosaurio. 

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