El largo camino al olvido

La selva del gato, columna de Rodrigo Ordoñez: El largo camino al olvido

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En el recorrido de nuestra existencia nos enfrentemos a demasiadas despedidas, muchas veces son personas que se desprenden de nuestra biografía; otras se marcha muerte; y, las más complejas, las relaciones que acaban y aún tienen muchas raíces urdidas en lo cotidiano.

En poesía existen ejemplos notables de versos dedicados a desdibujar los límites de la realidad y el mundo de los sueños, para que una vez más volvamos a conectarnos con algo que no podrá ser o dejó de tener substancia. Otros están dedicados a cantar lo perdido, como César Vallejo con el poema “Los Heraldos Negros” donde recita: “...cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa,en la mirada”. Siempre entre el olvido,la muerte y la pérdida existe un verso que trata de darle forma a la ausencia.

En lo cotidiano, son los recuerdos que están enterrados como fragmentos en las calles, un café, una palabra, una vieja canción cuyos dedos recorren la médula del tiempo para arrojarnos de vuelta al pasado. Otras veces, son los sueños, cuando baja la guardia nuestra consciencia, el deseo por lo ausente repica y se materializa, tiene voz, encanto y escupe aquello que pudo ser, muy pocas veces, canta lo siniestro del derrumbe o nuestra determinación de enterrar lo que dejó de ser presente, para convertirse en invierno El sueño, como en el poema “El Abismo” de Charles Baudelaire, es evadirse, evadirnos, escapar de él por su tumulto de reminiscencias de aquello que dejamos atrás a nivel consciente, pero permanece como una mina terrestre que, al menor descuido, nos destroza por completo la sólida realidad: “Tengo miedo del sueño como se teme un gran túnel, repleto de vago terror, camino hacia quién sabe dónde; no veo más que infinito por todas las ventanas, y mi espíritu, siempre acosado por el vértigo, envidia la insensibilidad de la nada”.

Al final, la nada, porque la memoria tiende a apuntalarse en lo real, en las pistas que deja para dispararnos una esquirla de pasado cuando menos lo esperamos, mientras que olvidar, la vocación del olvido, tiene como materia prima el asesinar nuestro centro, borrar fragmentos de nuestro andar, para que aquello que duele, se precipite entre los agujeros que cavamos en las noches sin sentido o cuando los fantasmas comienzan a revolotear en la lámpara sobre la mesa.

La memoria y el olvido son una serpiente mordiéndose la cola, en medio de ese reptil sólo habita nuestra voluntad de continuar caminando, sin perdernos.

 

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