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Las manifestaciones estudiantiles en México durante 1968 implicaron cambios radicales entre los jóvenes, principalmente porque convivían al menos dos formas de rebelarse contra el régimen autoritario de los gobiernos federales, estatales y municipales: a través de la vía política y la psicodelia con la llegada de la contracultura. Sin embargo, Tlatelolco, con su carga de asesinatos, desaparecidos y torturados, acabaron por unificar la conciencia política entre el sector juvenil de la población.

La contracultura en ese momento era representada por el movimiento hippie en el país, aunque estaban más interesados en la psicodelia más que en el activismo político, pero con la represión gubernamental hizo que den un giro: los estudiantes comprendieron que la única vía para lograr un cambio sería la lucha armada, que multiplicó los movimientos guerrilleros en México; en el caso de los hippies fue la toma de conciencia política, aunque más que se movilizaran en las calles, muchos estudiantes optaron por sumarse a ellos para rebelarse a través del lenguaje, el pelo largo y la indumentaria.

Con esa mezcla de estilo de vida contracultural y la acción política estudiantil permitió que nazca el movimiento de la onda, en donde los jóvenes optaron por mantenerse con el pelo largo, oían rocanrol, fumaban mariguana y tenían un rencor contra el Gobierno por la forma en que aplastaron los movimientos estudiantiles y juveniles por parte del cuerpo policial y militar en los últimos años de los sesenta. Para promover esta rebelión contra el Gobierno, este movimiento de la onda (anteriormente conocidos como hippies) participó masivamente en la renovación que traería el eclipse solar de 1970, mostrándose como un conjunto unido en la recepción de estas nuevas energías, así como en los múltiples conciertos que se ofrecieron en el Festival de Avándaro de 1971.

Aunque Avándaro fue un hecho muy difundido en medios locales y nacionales con títulos y notas aderezadas con el prejuicio y la ofensa por ese estilo de vida, desde 1970 se inició esta campaña de desprestigió cuando en el eclipse solar de ese año, el movimiento de la onda acudió en grupos a Oaxaca para dispersarse por el Pacífico o Monte Albán, para practicar rituales cósmicos por la llegada de la etapa de Acuario, ya que en el plano espiritual muchos estaban avocados al esoterismo, como lo plantea bien la novela Regina de Antonio Velasco Piña.

Aunque esta rebelión desde la cultura permitió manifestar su inconformidad, en realidad no tenía una articulación política y grupal estructurada, por ese motivo la policía pudo armar redadas para perseguir, golpear y encarcelar a muchos de sus integrantes, bajo el único pretexto de la apariencia o “actitud sospechosa” tan frecuente en muchos cuerpos policiales de la época. La Onda trascendió más que como forma de vida, en la literatura, donde quedó un testimonio de esta rebeldía que representó una forma de vida y una ruptura con la tradición literaria, dejando constancia que sin importar los mecanismos de represión existentes, la rebelión siempre encuentra un camino para persistir y combatir la injusticia y el autoritarismo.

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