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Algunos eventos traumáticos pueden acompañar toda la vida a una persona. Y eso es algo que también puede ocurrir a nivel colectivo debido a sucesos que resultan sensibles para la vida de una comunidad. Así nos sucedió a los habitantes de Mérida cuando, hace varias décadas, se realizó un intento por dotar a nuestra ciudad de un sistema de drenaje sanitario. Era yo un niño, pero recuerdo con claridad las enormes máquinas ranurando las calles. El blanco y fino polvo que resultaba al cortar la roca calcárea cubría casas, vehículos y todo el ambiente, el ruido de las máquinas era ensordecedor y ya no hablemos de las complicaciones del tránsito. Cuando, después de un tiempo, la empresa que tenía a su cargo los trabajos declinó continuar la obra, empezó a gestarse el mito urbano de que nuestra roca, localmente llamada “laja”, era tan dura que le resultó imposible a las grandes máquinas vencerla.

Así, desde aquella época, los meridanos empezamos a creer colectivamente que sería imposible que alguna vez tengamos un sistema de saneamiento para las aguas residuales.

Yo creo que todo esto fue una fantasía que asumimos como verdad, y nunca nadie lo aclaró. La laja yucateca ciertamente es dura, pero no en grado excepcional, única en el mundo y mayor que cualquier otra. La dureza de los minerales se clasifica usando la Escala de Mohs, y en dicha escala de 10 niveles, la calcita (CaCO3) ocupa apenas la tercera posición, por lo que nuestra roca no es invencible, pienso que más bien lo que ocurrió fue una mala previsión de los costos, pero desde entonces existen la tecnología y las máquinas que pueden hacer ese trabajo tan necesario, aunque seguramente causaría muchas molestias a los ciudadanos si se intentara nuevamente.

Por eso, cuando hace pocas semanas el Arq. Rogelio Jiménez Pons anunció públicamente que el Tren Maya entraría a la terminal, que se ubicará en los trerrenos conocidos como La Plancha, mediante un túnel que se construiría para “no afectar el entorno urbano de la ciudad”, todo mundo hizo burla de esto que fue calificado como un mayúsculo disparate. Yo estoy convencido de que esta idea es una insensatez más de todas las insensateces que se han dicho de este proyecto desde que insensatamente se empezó a hablar de él, pero no tanto por la dureza de la piedra, sino por muchos otros aspectos, tanto sociales como operativos, técnicos, ambientales y económicos, que parecen condenar esta obra de infraestructura a convertirse en el mayor fracaso de la historia de México, en caso de persistir en la terquedad de llevarla a cabo.

Si no surge pronto entre el público un inocente niño que le haga ver al emperador que va caminando desnudo por las calles y que su traje nuevo no existe, heredaremos a la siguiente generación de meridanos un obscuro e inservible túnel, que nos recordará traumáticamente hasta dónde puede llegar la insensatez humana.

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