Iturbide, ¿El Libertador?

Jorge I. Castillo Canché: Iturbide, ¿El Libertador?

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Se cumplen 200 años de la entrada triunfal de Agustín de Iturbide a la Ciudad de México, un 27 de septiembre de 1821, al frente del Ejército Trigarante; el hecho marcó simbólicamente la Consumación de la Independencia de la antigua Nueva España de la Monarquía española y fue un día de fiesta en el que colgaban de las puertas y ventanas gallardetes tricolores, que se convirtieron desde ese momento en los colores patrios de la naciente nación.

Desde los balcones de las casas los habitantes de la Ciudad saludaban al gran hombre que había sido capaz de conciliar diferentes y hasta encontrados intereses de los grupos sociales y sus líderes participantes en el proceso de independencia iniciado en 1810.

¿Cómo pasó entonces Iturbide del reconocimiento de su papel central en conseguir la Independencia, al repudio y considerarlo un “traidor a la patria”? La respuesta está en conocer el pasado de Iturbide antes de 1821 y sus acciones para ser cabeza visible del movimiento emancipatorio, que, además, le abrió el camino para convertirse en Emperador de México entre mayo de 1822 y marzo de 1823.

Iturbide era un criollo de una antigua familia de Valladolid (Michoacán) nacido en 1783 que tenía un parentesco con Hidalgo y conoció de las conspiraciones, pero, a pesar de la invitación del cura de Dolores, no se incorporó al movimiento insurgente y sí en cambio lo combatió ferozmente como parte del ejército del rey al mando de Calleja.

También realizó actos reprobables como la masacre de las mujeres de Pénjamo, y fue acusado de actos de corrupción que lo alejaron de la guerra por un tiempo; en 1820 regresaría con la encomienda de acabar la resistencia insurgente en el sur que mantenían Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria.

Iturbide supo aprovechar las circunstancias de 1820 para encumbrarse; a nivel interno había un cansancio por una guerra de más de diez años que afectaba a la sociedad entera. A nivel externo, el restablecimiento de una Constitución de Cádiz que afectaba a la Iglesia y el Ejército, convenció ahora a los antiguos opositores a la Independencia de apoyarla.

El Plan de Iguala del 24 de febrero y los Tratados de Córdoba del 24 de agosto, ambos de 1821, eran la expresión del consenso logrado por Iturbide. Sin embargo, hizo a un lado a sus aliados del momento como Guerrero, uso su popularidad para convertirse en Emperador y las condiciones ruinosas del país jugaron en su contra para tener un Congreso Constituyente que lo confrontó y al cual terminó disolviendo.

Los afectos al republicanismo y antiguos compañeros de armas como López de Santa Anna, conspirarían para obligarlo a restaurar el Congreso. Fue el principio del fin pues una vez que abdicó a la corona, aquél lo declaró traidor y en julio de 1824 sería fusilado en Tamaulipas.

A partir de ese momento, la historiografía liberal del siglo XIX y la revolucionaria del siglo XX mantuvo esa imagen negativa, mientras que otra historiografía, la conservadora, lo volvería el “libertador” a costa de denostar a Hidalgo, Morelos y Guerrero.

Por ello, para determinar en su justa medida la importancia histórica de Iturbide hay que poner distancia de ambas historiografías y del uso político de la historia

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