El prestidigitador Raúl González Tuñón

Verónica García: El prestidigitador Raúl González Tuñón

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Cuando llegué al Bar Tuñón, en el centro de Buenos Aires, eran como las diez de la noche. Nunca imaginé que debajo de ese restaurante italiano exquisito, bajando unas escaleras de caracol, me esperaba un teatro bar a media luz con las mesas llenas de gente y la función a punto de comenzar.

Esa noche conocí a Raúl González Tuñón, representado por tres actores sentados alrededor de una mesa, cada uno era González Tuñón en diferentes etapas de su vida. Bebían y dialogaban entre sí, rememorando anécdotas, cantos y poemas.

Juancito Caminador... / Murió en un lejano puerto / el prestidigitador. / Poca cosa deja el muerto. / Terminada su función / -canción, paloma y baraja- / todo cabe en una caja. / Todo, menos la canción…

González Tuñón es precursor de la poesía social en Argentina; sus poemas, en los que canta los dolores de las clases más desprotegidas, influyeron a autores como Julio Huasi, Juan Gelman, Francisco Urondo y, en general, a toda la generación de los años 60. Es considerado uno de los fundadores de una corriente moderna de la poesía urbana. Políticamente comprometido con las causas de su época, durante su exilio, secundó a su gran amigo Neruda en la fundación de la sección chilena de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, organización antifascista surgida del Congreso Escritores de Valencia, realizado en Barcelona, en medio de los bombardeos franquistas.

Para que bebamos la rubia cerveza del pescador de Schiltigheim / es necesario no asustarse de partir y olver, camaradas. Estamos / en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.

Su obra no sólo se enmarca dentro de las llamadas vanguardias de principios del Siglo XX, sino que además constituyó una de las más firmes influencias de los posteriormente llamados “poetas de la Guerra Civil española”, pero sin duda algo que él hubiera disfrutado mucho es que el famoso Cuarteto Cedrón grabó un disco con sus poemas musicalizados, esos mismos que yo conocí aquella noche en el Bar Tuñón, poemas cantados y declamados por esos actores, quienes yo no sabía, purgaban una condena por diversos delitos; todos ellos eran presos en la Unidad 25 de Olmos, en Argentina, y esa noche, junto con sus familias, las autoridades penitenciarias y su director de teatro Ricardo Bizarra, salieron a rendirle un homenaje a Raúl González Tuñón, el poeta que también le cantó a los ladrones.

Los ladrones usan gorra gris, bufanda oscura camiseta a rayas. Algunos llevan una linterna sorda en el bolsillo. Por otra parte, se enamoran de robustas muchachas, coleccionan tarjetas postales y a veces lucen un tatuaje en el brazo izquierdo, una flor, un barco y un nombre: Rosita. Todos los ladrones están enamorados de Rosita, y yo también. Los ladrones saben silbar, bajarse de los coches en movimiento y bailar el vals. Aman sobre todo a su madre anciana y cuando la madre se les muere cantan un tango, lloran desconsoladamente y de los objetos dejados por la muerta, a repartirse entre los hermanos, eligen una virgen de plata y el canario. (De Canciones del Tercer Frente (1941), Las calles y las islas y Los caprichos de Juancito Caminador).

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