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Los ciclos de la vida parecieran acelerarse en las coyunturas definitorias, instantes trascendentales que rompen la armonía y cuestionan los procesos; en el contexto de las circunstancias agravadas que vivimos resulta estremecedor el anuncio de la partida de aquellos que amamos, los días definitorios de la humanidad se entremezclan con la intimidad particular para ubicarnos en lo efímero de todo lo mundano.

Reconocernos frágiles y perecederos es uno de los saberes que nos ha recordado el año que se extingue como la hoguera en el bosque antecediendo a la oscuridad, las lecciones que nos quedan de lo que hemos padecido habrán de ser analizadas en lo individual y en lo colectivo, el sendero por andar no puede seguir entendiéndose de la misma forma signada por la codicia política y económica que ha puesto a la humanidad ante una profunda crisis; vamos entrando a la “hora de los hornos” de la que José Martí nos advirtiera “y no se ha de ver más que la luz”.

El fin de año suele acompañarse de nostalgia y melancolía, el invierno nos sensibiliza ante los recuerdos acrecentando en la memoria las huellas de lo andado, heridas y alegrías regresan como fugaces destellos para reiterarnos que al final lo importante es que seguimos en este mundo lacerado y que ante nuestra existencia debemos actuar con la conciencia en la mano procurando ayudar al florecimiento humano. Los dolores, las llagas abiertas y las despedidas inconclusas pueden anclarse en los rincones profundos del alma, por ello es necesario aceptar el fin de un camino y reconocer el inicio de un nuevo ciclo, superando los temores y la incomodidad natural que conlleva el desunir los hilos y volverlos a forjar.

En la marea taciturna de los días aciagos, son la conciencia y el sentimiento humano los que nos facultan para continuar, frente a los graves problemas sociales como la pobreza, la explotación, la violencia y la injusticia social-económica, es el deseo por el bien común lo que nos hace reclamar pan, trabajo, salud, tierra y libertad a favor de los olvidados en el mundo, porque lejos de encontrar la paz en el placentero confort de la conveniencia, únicamente se halla la tranquilidad en el cotidiano resistir con nuestro quehacer y más allá de él, pues despojados de la algarabía funesta del pedante, es preferible la modesta silueta del humilde caminante.

El año se marcha con su bruma dejándonos el reto de construir una nueva sociedad reflejo de la justicia y la igualdad, resguardando en ella los principios de libertad y dignidad humana y trasformando las estructuras económico-sociales que nos oprimen en receptáculos del porvenir. Las prácticas culturales y políticas que hoy nos condicionan y alejan segregando a millones de seres humanos discriminados y oprimidos deben ser suplidas por nuevas formas de organización social sustentadas en la verdadera democracia proletaria. Al llegar el nuevo año, las necesidades humanas se mantienen aún más agravadas y tenemos que afrontarlas. El ciclo que se va cerrando es el preludio de un mejor mañana emanado de nuestros actos y nuestra conciencia social puesta en acción.

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