|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Los momentos que suelen temerse más son aquellos en donde habita la incertidumbre. El tiempo puede fracturarse y dividirse en micro instantes que jamás nadie ha medido porque los nombres fueron limitados para lo que se explica con facilidad. Es decir, quizá nadie se atrevió a ponerle un nombre a este periodo en el que todo cambia, se rompe o se desmorona, cambia de curso o se apaga.

Aunado a este tiempo que sabemos reconocer en el nombre impropio de un instante, se añade un ambiente peligroso que pareciera aguardar por ese fragmento temporal en el que algo va a cambiar. Se siente como anticipación. Como una conspiración que nos envuelve y paraliza lo suficiente para sabernos pequeñitos en un gran mundo de órdenes que a veces no alcanzamos comprender.

En “El silencio blanco”, de Jack London, estamos frente a una historia que nace a partir de un escenario que promete exceder la entereza del ser humano para enfrentarlo con su propia pequeñez. Sin duda se trata de un texto que estremece el corazón, al mismo tiempo que pareciera jugar con él.

Para el comienzo, Mason, su esposa Ruth y MalemuteKid están descansando después de haber recorrido largos kilómetros entre un bosque que se viste de nieve. Uno de sus perros, Carmen, ha sido víctima del cansancio y del frío, y se encuentra ya pronta a morir. MalemuteKid, quien en el relato tiene un corazón más animal que humano, le perdona los futuros esfuerzos a pesar de las órdenes de Mason, y la echa a descansar para ser arrastrada por los demás perros.

Mason, jefe del grupo, comienza a sentir que el silencio blanco está cerca de él. Lo reconoce en los arranques de ira de sus perros, en el nerviosismo de MalemuteKid, y en la cara de preocupación de su esposa. Sin embargo, su esfuerzo para seguir en el camino le hace ignorar lo que por dentro ya sentía como mala premonición. Hambre, frío, y una manada disfuncional.

En ese pequeño instante incapaz de ser medido, el silencio blanco se une al peso de la nieve en las ramas de un pino, y su caída, como si se tratara de una mala broma del destino, va dirigida exactamente a Mason. No se pudo hacer mucho. La manada incompleta siguió.

¿Qué es esta sensación de impotencia compartida? Quizá se trate más bien de una invitación para escuchar los silencios que nos rodean y aprender a respetarlos. Si bien poco podemos hacer y nuestros caminos ya están trazados, siempre podemos tomarnos el tiempo de escuchar; hay muchas verdades en el viento.

Lo más leído

skeleton





skeleton