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El periodista y escritor de origen cubano Agustín Labrada, residente desde hace varios años en el vecino estado de Quintana Roo, tuvo a bien publicar un cuaderno titulado “Padura y el Nuevo Periodismo”, en el cual explora los vasos comunicantes entre su trabajo como reportero y este movimiento literario que tuvo su origen -al menos conceptualmente- en Nueva York en los años sesenta.

Este dossier forma parte de la Gaceta del pensamiento, revista cultural mensual que dedicó este número al ensayo de Labrada, en el cual la tesis central es que el narrador cubano Leonardo Padura utilizó herramientas propias de la literatura y el novoperiodismo para dotar a sus crónicas y reportajes -escritos entre 1984 y 1988 para el diario Juventud Rebelde- con un punto de vista diferente al que se utiliza por lo general en las salas de redacción.

A través de varias secciones, el autor va exponiendo sus argumentos, iniciando con el siguiente cuestionamiento: ¿El nuevo periodismo es de New York? Para ello, alude un par de trabajos periodísticos anteriores a dicho movimiento, Operación Masacre (1957) y El escándalo del siglo (1955), del argentino Rodolfo Walsh y el colombiano Gabriel García Márquez, respectivamente.

Incluso, rastrea sus orígenes en precursores mucho más antiguos, como las crónicas contenidas en el libro “México insurgente” (1914), de John Reed, y en “El águila y la serpiente” (1928), de Martín Luis Guzmán. Sin ir más lejos, podemos concluir que el periodismo literario ha existido desde siempre, máxime si tomamos en cuenta que la crónica y el llamado Nuevo Periodismo y el Periodismo Gonzo forman parte de la literatura testimonial o literatura de no ficción, en la cual el punto de vista del que escribe es fundamental, ya sea que éste forme o no parte de la narración.

A botepronto, se me ocurren dos ejemplos de lo anterior: “Los viajes de Marco Polo”, publicado en el Siglo XIV, que no es otra cosa sino una crónica de viajes y un manual diplomático, lo mismo que “Historia de mi vida”, publicada en el XVIII y que contiene las memorias del famoso amante y aventurero Giacomo Casanova. Ambos libros conforman hoy en día un valioso documento histórico y etnográfico, ya que, sin proponérselo, estos ilustres venecianos legaron a la posteridad los pormenores de los usos y costumbres de sus respectivas épocas, evidentemente llenos de imaginación y subjetividad, dos ingredientes necesarios en la literatura de no ficción.

Y es que, llámese como se llame, el periodismo literario abreva tanto de los hechos investigados como de la reconstrucción imaginaria de ciertos diálogos o situaciones que, a falta de fuentes primarias, vienen a complementar los datos duros de una manera creativa y amena. En ese sentido, el ensayo de Labrada da justo en el blanco, ya que el propio Padura, sujeto de su análisis, declara en la entrevista que sirve como colofón a la publicación: “Le debo al periodismo el escritor que soy”.

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