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Aún conservo numerosos ejemplares de la revista Selecciones del Reader’s Digest, a la que estaba suscrito y asiduamente leía cuando era niño. Además solía comprar otros productos de esa empresa, como interesantes libros y publicaciones. Recuerdo que atrajo mucho mi interés uno llamado “Famosos casos de estafa y pillaje” en el cual se relatan 39 casos verídicos de estafas llevadas a cabo en diversos lugares del mundo, en diferentes momentos de la historia y con diferentes técnicas para engañar a los incautos. Ahí se relata el caso del individuo que se quedó con el dinero de inversionistas a quienes ofrecía pagar elevadas, pero irreales, tasas de interés; o los engaños con esquemas piramidales e insostenibles de obtención de beneficios, o la venta de viajes a la luna, y otros modos de pillaje.

También recuerdo el primer libro que leí, la novela “Si hubiera un mañana” de Sidney Sheldon, que cuenta la emocionante historia de una empleada bancaria que al enterarse de que su madre se suicidó a raíz de una estafa que le hicieron, decide cobrar venganza, algo sale mal y va a la cárcel. Al salir libre y no poder encontrar un empleo debido a ese antecedente, empieza a cometer un fraude tras otro, cada vez más complejos e ingeniosos, en una escalada casi adictiva, algo común en los defraudadores en tanto no reciban un escarmiento que los detenga.

El jurista Diego Valadés Ríos, dijo hace unos años: “No todo puede estar previsto por la ley. La norma es solo un mínimo ético. Sin moral pública, toda ley es insuficiente”. Ese es el origen y causa principal, pero un problema tan complejo y multifactorial no debe combatirse únicamente con clases de moral, con abrazos y regaños de las abuelitas, adicionalmente tiene que perseguirse la conducta delictiva y aplicar justamente la consecuencia que corresponda.

A muchos nos causa asombro observar la cantidad de estafas que se siguen cometiendo a diario en México, y cómo las personas siguen mordiendo el anzuelo a fórmulas ya bastante conocidas y difundidas, como la gran cantidad de modalidades de estafa telefónica, sistemas piramidales, o entregar confiadamente grandes sumas de dinero para invertir en atractivos “negocios” fuera del sistema financiero regulado y legalmente establecido. Mucho de esto se explica por la candidez de la gran mayoría de la gente, otros dirían que por su desmedida ambición, que los hace cerrar los ojos al riesgo evidente, gracias al espejismo de fabulosas ganancias.

Cualquiera que sea el componente que facilitó la ocurrencia de la estafa, falta de moral del estafador o candidez y ambición del defraudado, si el delito queda impune, seguirá siendo el principal motivador para que aumente la incidencia. Mientras la autoridad no investigue, persiga y castigue estos hechos, seguirán los inmorales cometiéndolos, los cándidos y ambiciosos sufriendo las consecuencias, y todos ellos alimentando la inspiración de autores de interesantes obras literarias.

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