Federico Gamboa: la rebelión de la dictadura

Rodrigo Ordóñez: Federico Gamboa: la rebelión de la dictadura

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El 2 de abril de 1918, “La Prensa” (periódico radicado en San Antonio Texas) reprodujo un comunicado donde se asentaba que cuatro señoras acaudaladas viajaron a México, a la comunidad de Chimalistac, con la finalidad de visitar la tumba de Santa, personaje que da título a la obra del escritor Federico Gamboa. Aunque se conjetura que acabaran defraudadas ante la existencia del sepulcro únicamente en el papel, nos ofrece una visión sobre el impacto que tuvo el autor mexicano dentro y fuera del territorio nacional.

La anécdota, recopilada en una de las últimas biografías dedicadas a este escritor, nos sirve de referencia para esbozar el impacto de los temas que trató en sus novelas: la doble moral porfirista, las aventuras extra conyugales, el alcohol, la prostitución, los burdeles y los carruajes que servían de moteles improvisados en sus recorridos por las recién construidas avenidas de la Ciudad de México. Sin embargo, pese a lo crudo de sus tópicos, propios de las corrientes realista y naturalista que dieron aliento a su literatura, la figura de Federico Gamboa es aún más compleja.

Comprobó de primera mano los dobleces morales que presentaba la sociedad porfirista, debido a que Gamboa era asiduo cliente de los burdeles que comenzaban a proliferar en la naciente modernidad mexicana. Adelantado en muchos aspectos en su temática y la forma tan cruda en que concluía la mayoría de sus obras, donde primaba más guardar las apariencias con tal de conservar el lugar dentro de la sociedad, fue una mancha en la tendencia cultural del porfiriato, en donde muchos veían su obra como una forma de denunciar la falsedad de los “valores” en que se fundaban la superioridad moral de las clases elevadas. Sin lograr encontrar su lugar en el engranaje artístico, logró mantener una posición notable debido al afecto que le tenía Porfirio Díaz.

Aunque la acusación de pornógrafo generalmente estuvo asociada a su producción literaria, no impidió que paulatinamente suba peldaños jerárquicos en Relaciones Exteriores durante la dictadura de Díaz, llegando a su punto culminante al ser nombrado coordinador de los festejos del Centenario de la Independencia de México, donde encabezó y elaboró los protocolos de la conmemoración, así como atendió a las delegaciones de los países europeos, asiáticos y americanos que acudieron a la última celebración del Caudillo oaxaqueño. Esa fervorosa filiación política le valió no sólo ataques en contra de su figura, sino que acabó convirtiéndolo, al igual que con los porfiristas, en una pieza que no pudo embonar en el proyecto de nación que se gestaba en la Revolución Mexicana.

La figura de Federico Gamboa estuvo sumergida en el centro de la polémica, primero por su filiación porfirista, segundo al encono con que el poeta huertista Salvador Díaz Mirón lo atacó desde el periódico “El Imparcial”, cuando Gamboa se postuló, ingenuamente, para competir contra Victoriano Huerta por la Presidencia de la República, que derivó en el fin de su carrera diplomática y política como castigo por su osadía, y, tercero, que al final de su vida no logró encajar en el mundo recién descubierto ante la mezcla de clases sociales que trajo consigo la Revolución Mexicana.

Sin embargo, sus obras menos conocidas como “La Reconquista”, aún tienen una vigencia extraordinaria sobre los vicios que persisten en nuestra vida cultural, baste una cita del filósofo Álvaro Uribe que resume el mensaje de la novela referida: “…el novelista Julián Covarrubias [protagonista] quien padece la imposibilidad de escribir un libro honesto en un país donde todos los escritores temen por su empleo y donde no hay lectores suficientes para vivir de las regalías”. Saque usted sus cuentas y reflexione, ¿cuándo la literatura recobrará ese espíritu propositivo de cambiar el mundo, sobre todo en esta época donde la violencia ahoga hasta el nacimiento de una flor? Como dicen los que saben: con una mano cobrando y con la otra juzgando.

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