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UN VALIOSO OBSEQUIO. En febrero de 2004 el caballeroso y culto licenciado Alberto Orduña Téllez -capitalino enamorado de Mérida, donde ha establecido su residencia desde hace muchos años- me regaló, con su correspondiente dedicatoria, el libro “Los mexicanos pintados por sí mismos”, editado en 1997 en el entonces Distrito Federal por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Oportunamente leí ese ejemplar y lo guardé en el librero de casa, pero ahora, 18 años después, buscando algo amable qué leer, di con ese librillo y disfruté nuevamente su lectura. La obra contiene pequeños cuentos de conocidos escritores de mediados del siglo XIX, en los que describen de manera jocosa a algunos de los personajes o tipos pintorescos que había en la capital de la República en 1855, año en el que se publicaron los trabajos.

En las páginas de ese volumen desfilan El aguador, relatado por Hilarión Frías y Soto; El evangelista, El ministro, y La partera, reseñados por Juan de Dios Arias. Ignacio Ramírez (el Nigromante) se hace presente con El abogado, La estanquillera y La coqueta, relatos éstos simpatiquísimos. Sigue Pantaleón Tovar con La recamarera; y José María Rivera nos describe a la china (poblana) y a un maestro de escuela de esa época.

El mismo José María Rivera nos hace reír con el episodio de El vendutero, quien se encarga de vender distintos muebles y géneros en la venduta, o sea, la venta en remate. De allí tomamos un párrafo donde el autor describe el cartel que anuncia una venduta y los bienes objeto del remate.

Ese anuncio tiene un catálogo de anfibologías que, por ser de interés para esta columna, me permito transcribir a continuación. El perspicaz lector se dará cuenta de los errores.
Dice Rivera: “No dejaba de ser curioso ver en letras de molde, y entre otras muchas cosas, los siguientes desatinos:

“Un vestidor de madera para señoras con tres puertas. // Una hermosa lámpara con veinticuatro luces de cristal. // Un reloj de cuerda para quince días y música de bronce. // Un tocador para señoras de armar y desarmar. // Cuatro sombrillas para niñas usadas.

Sigue el cartel: “Dos docenas de calcetines para hombres sin costura. // Una mesa para tomar café de escayola. // Una caja con dos docenas de medias para señoras bordadas y caladas. // Dos cunas para niños de latón, etcétera”. Según vemos, en el muy lejano 1855 había escritores dedicados a cazar gazapos. Ojalá ahora haya muchos más, para beneficio de nuestro bello idioma español.

Licenciado Orduña Téllez, nuevamente le doy las gracias por ese valioso obsequio y la sentida dedicatoria. Un largo abrazo como corresponde a nuestra amistad.
Hasta el próximo tirahulazo.

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