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De entre muchos mensajes que recibo a diario a través de las redes sociales, a finales de año me llegó un video compartido por un compañero de trabajo: “Nos estamos yendo”. Tiene varias versiones, alude a las generaciones que hoy tienen 50 años o más, y al inicio hace una pregunta que me parece demasiado presuntuosa: ¿Quién nos va a sustituir?

Algunos hechos de la vida cotidiana de los 60 a los 80 que refiere el mensaje buscan mover a la reflexión sobre la diferencia de lo que se vive ahora, pero la comparación se antoja fuera de lugar, pues son diferentes épocas, circunstancias, estilos y modos de vida. Además, el “todo tiempo pasado fue mejor” es una falacia porque siempre habrá tiempos mejores, no solo en lo personal, sino en lo social, desarrollo, descubrimientos y avances tecnológicos.

Ciertamente, en el siglo pasado, cuando los integrantes de esas generaciones éramos niños, el respeto a los padres, a los mayores, y la obediencia a los maestros era un distintivo de esa infancia, pero no somos la última generación en hacerlo -como dice el mensaje-, porque la educación, los valores familiares y el amor, bien cimentados, perviven más allá de épocas y circunstancias, de riqueza o pobreza.

Lo que sí es verdad es que la mayoría “no hablábamos como carretoneros”, es decir, nuestro lenguaje cotidiano estaba exento de “malas palabras”.

Jugábamos en las calles, pero porque era menos riesgoso. Un niño podía ir solo a la escuela, abordar un camión o ir a algún mandado sin tanto peligro, aunque los había, porque había menos gente (yo viví mi infancia en la Ciudad de México). Pero nuestras ciudades se hicieron grandes y vino la explosión demográfica con su costo social: la inseguridad y otros problemas urbanos que nos robaron esos espacios callejeros.

De esas generaciones “de oro”, algunos no estudiaron más allá de la primaria o secundaria, y sin embargo potenciaron sus capacidades, sobrevivieron y transmitieron esa cultura del esfuerzo en la que muchos nos formamos.

No había “ninis” o eran muy pocos, aunque es falso decir que hoy no hay este potencial o que los jóvenes “carecen de sentimientos, moral y buenas costumbres”. Hay de todo… como antes.

En el tránsito de la infancia a la adolescencia fuimos testigos afortunados de momentos grandiosos y memorables para el mundo y para nuestro país, y ya como adultos vimos el gran salto prácticamente en todos los ámbitos del conocimiento con el arribo de la red de redes: el internet, que abrió horizontes quizás impensables para la ciencia, la tecnología, la educación y un largo etcétera.

La reflexión dice que estas generaciones son ediciones “limitadas”, más bien debe decirse que cada una lleva su impronta, no mejor ni peor, sino diferente. Y no hay nada que agradecer porque “construimos el mundo actual”, eso nos correspondió, como a las futuras generaciones que también serán únicas, de oro, irrepetibles.

Anexo “1”

Y en la Marina…

La preparación en las fuerzas armadas es un signo de los cambios generacionales. Hasta el siglo pasado se podía ingresar al Ejército o a la Marina contando solo con la primaria, y años antes bastaba saber leer y escribir. Conocimos en nuestros primeros años en la Armada a varios maestres (sargentos) y oficiales que no tenían más que estudios básicos, pero algunos mandos daban facilidades para continuar los estudios y muchos aprovecharon la oportunidad. Me cuento entre ellos.

Ahora, el requisito mínimo para el Ejército y la Armada es secundaria, y hay muchas opciones para cursar carreras desde técnicas hasta profesionales. De hecho, es parte de la formación militar la preparación continua si se quiere escalar jerarquías y cargos mejor remunerados. El estudio no solo permite mayor conocimiento, sino también una mejor calidad de vida y amplía nuestro horizonte, aunado a la satisfacción de ser una persona preparada. Las generaciones actuales están volviendo la vista hacia las carreras militares, una buena señal.

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