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Quienes escriben saben que las urgencias creativas no conocen de horas adecuadas, espacios ideales o circunstancias perfectas. Quizá no se nombra ni se es totalmente consciente de que estamos bajo un instante que por dentro empuja con fuerza para mover el cuerpo a un sitio. Sentarlo, disponer del papel, de la pluma, del teclado, o de todo lo que sea necesario para dejar ir eso que lejos de estorbar está pidiendo hacer de su naciente existencia algo real con un cuerpo concreto. Con algo qué decir.

Mi caso y mi proceso, son totalmente introvertidos. Hago resistencia en la mente y comienzo a cargar en cada extremidad una idea, un párrafo, frases bien construidas a las que solamente yo les sonrío por dentro aplaudiendo por su encanto desconocido. Las llevo en oculto hasta que comienzan a expandirse y pesan en el pecho; entonces salen buscando otros ojos y con suerte otras bocas que quieran continuar el diálogo con ellas.

No todos los días ni en todas las vidas se tiene la suerte de encontrar a alguien que no solamente escribe, sino que se escribe. Y tampoco es cotidiano el hecho de poder tomar con delicadeza las palabras escritas en un pasado cuando desde mi lado del mundo todavía no estábamos cerca de encontrarnos.

Elias Vallot escribe cómo piensa y cómo siente; con la vida entre los dedos. Su relato, “La verdadera historia de Jacques Régis Marcel de Lattre de Pompoisy, o lo que hay que hacer cuando un abuelo se enferma”, es ahora parte del librero personal que llevo en la memoria. El acceso es inmediato y la composición presenta una estructura que guía tomando de la mano. Al comenzar, se debe entrar al texto sin zapatos y con un caminar delicado. Se toma asiento. Uno ríe, se enternece, repite canciones que musicalizan una vida y un viaje fantásticos que abrazan las emociones más reales y las posibilidades más deseadas.

Los detalles de la escritura y los procesos de creación del autor, aparentemente contrarios, pero no lejanos a los míos, y a los cuales tengo acceso, los reservo con el recelo de quien ha visto algo precioso más allá de las letras y prefiere guardarlo para sí; me he sabido, imposiblemente, por suertes del tiempo y espacio, en una historia que no es mía. En cambio, comparto que el relato vive plenamente a partir de una enfermedad, de los anhelos inmediatos de un nieto adolescente que busca, de la mano de la invención, aliviar la inminencia de la muerte. ¿El medio? La imaginación, la genialidad, el amor.

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