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Enfrentarnos a nosotros mismos no resulta fácil, es en principio un acto de valor y posiblemente sea también el inicio de un proceso largo y complejo, que nos conducirá, si nos atrevemos, a confrontar todo aquello que hemos creído, hecho e incluso lo que proyectamos para el futuro, y esto no quiere decir que debamos arrojarlo todo por la borda para hacer más liviana la carga, muy al contrario, se trata de poder desestimar o reafirmar principios, valores, pensamientos y acciones que han guiado y conducen nuestras vidas poniendo la mirada frente a cada uno de esos aspectos, es decir, durante este andar reafirmaremos muchas cosas y deberemos aprender a soltar muchas otras, sean estas las que apreciamos con mayor estima o no, y por supuesto, habrá algunas más con las que simplemente tendremos que aprender a convivir en el diario existir.

Las coyunturas de la vida nos ponen frecuentemente a reflexionar sobre nuestra existencia y provocan una de esas encrucijadas determinantes, ¿seguir o soltar?, es una de tantas preguntas que rondan los pensamientos y que nos asaltan a cualquier hora tomando control de todo y provocando un cierto caos, pero en realidad no es otra cosa que el aviso natural de que nos aproximamos al inicio de un nuevo ciclo y que debemos estar alertas a las señales que con ello surgen, al igual que debemos ir cuestionando todo para determinar si ese ciclo significa un comienzo desde cero, el reinicio de algún proceso, o la paradoja insensata de que algo habrá que deshacer para volver a tejerlo, pero ahora con el delicado hilo de la experiencia. En estos procesos suele resultar muy útil comprender que los seres humanos al igual que las sociedades estamos conformados por el pasado, y que, por ello, la historia es siempre presente al manifestarse viva en nuestros sentimientos y pensamientos.

No siempre resulta fácil asimilar las señales que cada ciclo trae consigo, en ocasiones son tan sutiles que han estado ahí por mucho tiempo sin que fuésemos capaces de advertir su presencia y ocuparnos de aquello que nos desean transmitir, en otras ocasiones es aún más complejo, pues reconocer esas señalas será en sí el haber dado ya el primer o segundo paso de ese ciclo en el cual nos encontramos y ni siquiera nos hemos dado cuenta, y en unas tantas veces, las señales llegan cargadas en extremo de dolor y angustia, esto quizás cuando los ciclos mayores de la vida llaman a la puerta o cuando por una u otra razón preferimos ignorarlos por largo tiempo hasta que en el cúmulo de las circunstancias se presentan de manera abrumadora. Lo cierto, es que cuando un proceso se abre por más que nos resistamos, tarde o temprano encontrará las formas de culminar incluso aunque nos hayamos negado a afrontarlo.

Semejante al deshojar de los árboles que anuncia una nueva estación del año, de esa misma forma, la humanidad va reconociendo en la hojarasca acumulada bajo la sombra propia, los tiempos de cambio y continuidad, de reacomodo y de reinicio, que darán lugar al reverdecer de las praderas personales y colectivas, así y ahora, afrontamos el inicio de un nuevo ciclo que se mira promisorio, con sus borrascas y calmas, pues cuando lo que se ponen por delante es la esperanza al final del camino siempre nos esperará la luz incandescente más apasionada que nunca.

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