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De un par de semanas a la fecha, diversas entidades del país se encuentran viviendo en la zozobra: aunado a los altos índices de inseguridad, especialmente en la región norte de México, existe desabasto de combustible, situación que afecta a la movilidad y economía de ciudadanos y sector empresarial.

¿La razón? El cierre de los ductos o líneas de abastecimiento que transportan la gasolina como estrategia para combatir el huachicoleo desde el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Las pérdidas por el robo y comercialización del combustible robado de estos ductos son muy difíciles de cuantificar; sin embargo, estamos hablando de cientos de millones de dólares y toda una estructura del crimen organizado donde están involucrados autoridades civiles, trabajadores de Pemex, policías de los tres niveles y hasta organizaciones del narcotráfico.

Apenas el viernes pasado explotó una de estas líneas de distribución en Hidalgo; la cifra de muertos ya llegó a más de sesenta, víctimas de laceraciones y quemaduras. Son cientos las personas que arrastradas por la necesidad arriesgan la vida por unos cuantos litros, apenas un respiro para su economía.

A la vista y displicencia de todos –incluyendo entidades de Gobierno– el escenario demuestra que lo irracional prevalece sobre lo racional. Vivimos en un ámbito donde el poder y el dinero están por encima de cualquier base de valores.

Hay un interesantísimo artículo del periódico español El País donde el periodista Pablo Ferri entrevista a uno de los líderes huachicoleros de la zona centro, quien revela que la necesidad de tener dinero y la facilidad de distribuir ilegalmente el producto rinde más dividendos que los riesgos.

Acuña una red de complicidades que abarca hasta los presidentes municipales: “Hace unos años, hubo una explosión en una zona de Veracruz y protección civil de los municipios le echaron el pleito a Pemex, porque no sabían por dónde pasaba el ducto. Les pidieron los planos, más que nada por precaución para saber dónde no excavar. La paraestatal decidió darles los planos…Ya con el planito, ya te buscas quién te lo haga”.

Mientras el país se reconfigura desde las premisas de la cuarta transformación y se crean fuentes de empleos para quienes conduzcan carro-tanques de Pemex, no se ataca a profundidad el problema de raíz: un desequilibrio histórico entre quienes ganan más y quienes perciben menos.

El análisis debe ser comprendido hacia las razones que lo originan, porque cerrar la llave es solo una de las primeras fases para terminar con este conflicto, porque mientras no tengamos un desarrollo macro y micro económico fuerte, lo ilegal será redituable.

Decía el investigador y politólogo Andreas Roemer Spolansky que México es como un autobús viejo y destartalado que tiene numerosos problemas mecánicos, aunque tengamos al conductor más preparado o aunque tenga las mejores intenciones de echar a andar el autobús, mientras no reparemos al país, no irá hacia adelante.

Los mexicanos esperamos respuestas inmediatas a este problema del robo indiscriminado de combustible, pero también soluciones respecto al precio del mismo. Tenemos que seguirle dando el beneficio de la duda a este nuevo gobierno federal, pero también exigirle cuando no se cumplan los objetivos que se nos presentaron como una refundación nacional.

Señala el autor Schelling que la teoría de la estrategia es “el reconocimiento de un comportamiento racional (no solo el comportamiento inteligente), motivado por el cálculo consciente de las ventajas, cálculo que a su vez se basa en un sistema explícito de valores, que tiene coherencia interna”.

Las buenas estrategias se “arman” desde los escritorios de los analistas, pero se ejecutan desde una visión de pertenencia real, donde los factores tienen un papel importante; México literalmente es un polvorín, que esperamos no nos consuma a todos.

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