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Hace un par de semanas dejé por estas hojas la primera parte de una historia que me quitó el sueño durante un buen tiempo, la escribí pensando en aquel personaje que se convirtió en mi segundo amor literario (porque al igual que en la vida real, pienso firmemente, que en los libros también conocemos a tres grandes amores a lo largo del tiempo). Escribí escuchando canciones que me transportaron a lo que quería y necesitaba imaginar.

Hoy he decidido compartir con ustedes la segunda parte de esta historia esperando que les guste tanto como a mí.

Lo buscaba en cada persona que caminaba a mi lado, esperando algún día sentir su olor y, así, percatarme que había regresado... Al menos eso sucedía en mis sueños cada noche. -Te he buscado todo este tiempo-, le diría en voz baja.

-Te he escrito todas estas cartas mientras esperaba por ti.

***

-Es como si hubiese desaparecido-, le dije a mi amiga, mientras mordía el panecillo que había puesto sobre la mesa unos segundo antes.

-Han pasado ya muchos meses, no puedo creer que lo sigas buscando.

-Es que no entiendes, nunca había sentido algo así.

-Solo lo has visto una vez-, sentenció.

-Nunca me había sentido así-, repetí. Mis amigas no comprendían lo que sentía cada vez que pensaba en él y aunque el calendario ya casi se había quedado sin hojas, no había olvidado el sonido de su voz, ni el color de piel, ni la forma que tomaba la comisura de su boca cuando sonreía. Llevaba tanto tiempo buscando a Daniel, que podía jurar que por las noches, el olor a hoja vieja de su gabardina se apoderaba de mi habitación. ¿Quién eres Daniel? ¿Dónde estás? No lo sé. He leído ya todos los libros de los que me hablaste aquella noche, necesito que regreses.

***

Hoy se cumple un año de que te conocí, Daniel. He venido a la plaza como conmemoración de tu aparición y he traído conmigo el libro que leía el día que te conocí.

He empezado a leer y a hundirme en la historia justo como hace un año, he cerrado los ojos imaginando tu rostro. ¿Tu cabello es ahora más largo? Pero algo me ha interrumpido.

-¿Puedo sentarme, señorita?

-Daniel. Ahí estabas, con la misma gabardina, el mismo peinado y dos vasos de café en las manos.

-¿Quién más podría ser?-, sonreíste, -sabía que estarías aquí-.

-Daniel-, dije una vez más atónita.

-¿Has terminado el libro?

-Ha pasado un año, claro que lo he terminado-, te respondí. Y tu rostro se pintó de confusión.

-¿Eres real?

-Tanto como tú quieras-, me dijiste.

Me acerqué a ti y te abracé. Nos quedamos inmóviles mientras la nieve manchaba nuestros abrigos.

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