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No recuerdo realmente cuál fue la primera historia que escribí. Supongo que en el momento debió ser memorable tras haber superado el ejercicio mental y casi físico que conlleva ordenar todo lo que se lleva dentro, darle una forma coherente, utilizar las mejores palabras, apostar por la magia de la creatividad mental y finalmente extender el brazo del que cuelga una hoja con la intimidad de todo lo que se piensa en silencio.

Idealmente, debería existir una distinción específica que sirviera como guía para todas las primeras grandes historias que se van escribiendo conforme nuestras vidas avanzan. O de ser posible, podríamos llevar un sensor en el corazón que nos indicara el momento exacto donde nuestra vida está siendo contada, donde estamos respirando más profundo que nunca, amando con fuerzas descomunales, y señalando que ese, en definitiva, es el instante para escribirnos.

Etgar Keret, en “Mi primera historia”, comparte un sentimiento que hace guiños en un sentido similar. Advierto que su relato deja de lado cualquier contenido que pudiera parecer delatador. Es decir, nos hablará de su primera historia, de la anticipación con la que se ha creado, del sitio donde fue escrita, del impulso del proceso y la urgencia final para ser compartida. El cuento en sí, está ausente. Pero la otra historia, su historia, se despliega con una claridad envidiable.

¿Qué es entonces lo que hace de este relato una promesa que se siente llena de esperanza? El hecho de compartir. De saber que al instante de terminarse, el recelo por contener se reduce y entonces surge la necesidad de otros ojos que lean, sientan y comprendan. Pudiera ser, de igual forma, que un instinto interior incapaz de ser nombrado, sirva de señalamiento como un punto rojo sobre un mapa, para indicar que ese día y en ese momento de la vida, se estaba escribiendo una gran historia; nuestra historia.

En los últimos meses donde tanto acontece al mismo tiempo en un mundo que no se detiene, los señalamientos rojos en el mapa de mi vida han sido constantes. Grandes, importantes. Se trata de instantes, llegadas, afirmaciones con la seguridad del alma, pasos guiados desde muy arriba y reuniones familiares que se dibujaron en el corazón anhelante y ahora se presentan como retrato de vida real. Los tuyos, los de todos, aguardan solamente por ojos, por una mente dispuesta a escuchar al cuerpo cuando éste dice que es el momento de escribir la primera o la siguiente historia.

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