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El domingo se presentó la actualización del semáforo de riesgo epidemiológico federal, en el que ya se muestran siete entidades en indicador verde (riesgo bajo), dieciocho en amarillo (riesgo medio) y siete en naranja (riesgo alto). Al momento ya ninguna entidad se encuentra en color rojo, lo que mantiene la tendencia a la baja que poco a poco avanza en el territorio nacional.

Sin embargo, es notorio el caso de Yucatán. Para empezar, es el único estado de la península que se encuentra en color naranja, manteniendo un riesgo elevado de contagio por Covid-19. Campeche ha regresado a semáforo verde y Quintana Roo a amarillo. Esto nos pone como la entidad con más contagios y hospitalizaciones del sureste del país. De hecho, geográficamente la entidad más próxima con un nivel de riesgo similar es el estado de Puebla, en el centro de México.

Pero lo más curioso es la tendencia que Yucatán ha mantenido durante la pandemia que nos ha tenido restringidos durante más de un año. Después de iniciar el semáforo epidemiológico en color rojo (riesgo máximo), Yucatán cambió a naranja en fecha cinco de junio de dos mil veinte. Esto además significó una ruptura con las indicaciones del gobierno federal, pues desde la Secretaría de Salud nacional indicaban que Yucatán se encontraba en riesgo extremo
por el número de contagios y hospitalizaciones en franco aumento. No obstante, el gobierno estatal argumentó tener otros datos y permitió la apertura de comercios en la famosa “ola 1” de reactivación económica. Desde ese día y hasta la fecha, nuestro estado ha mantenido un riesgo alto por Covid-19, teniendo un único descenso a semáforo amarillo por escasos quince días al final de noviembre de dos mil veinte.

Lo anterior no sería tan interesante, de no ser porque la estrategia de las autoridades locales no ha tenido prácticamente variación alguna en nueve meses de semáforo epidemiológico naranja. Una y otra vez se ha decretado ley seca, cierre de playas y vialidades, reubicación de paraderos y, por supuesto, una muy legalmente
cuestionable restricción a la movilidad en las noches. Todas esas medidas no han logrado demostrar una disminución considerable en el número de contagios, hospitalizaciones y fallecimientos por coronavirus, lo que contrasta con otras entidades federativas que, sin tener ese tipo de restricciones y prohibiciones, han logrado disminuir enormemente sus incidencias, llegando hoy a un nivel de riesgo bajo.

¿Qué es entonces lo que ha faltado en Yucatán? ¿Será la densidad o el tamaño poblacional? Difícilmente. Veracruz (semáforo verde) tiene más de 8 millones de habitantes, superior a los 2 millones de Yucatán, y una densidad poblacional superior a nuestro estado. Lo mismo pasa con Chiapas y Jalisco, también en semáforo verde.

Por supuesto que la población es corresponsable de la situación en que nos encontramos y en parte de nosotros depende frenar al Covid, pero quizás habría que replantear la estrategia para mitigar la propagación del virus en Yucatán, toda vez que lo implementado hasta ahora no ha arrojado los resultados esperados. Siempre será
más aplaudible (y adecuado) rectificar, que mantener lo que, demostrado con datos, no está funcionando.

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