La broma y la vida: Milan Kundera
La selva de gato, columna de Rodrigo Ordóñez Sosa.
Cada libro llega en el momento y la hora exacta, como fue “La Broma” de Milan Kundera (1929), la cual descubrí con el estado de ánimo idóneo para despertar mi interés sobre un libro que habla del punto de quiebre de nuestra personalidad al superar los 30 años de vida, el cambio en la noción de amor, amistad, ideales y el regreso a nuestras raíces infantiles y familiares como consecuencia de madurar de golpe a través de la autoreflexión.
La novela tiene como contexto histórico a Checoslovaquia durante el régimen comunista, el inicio de esa etapa cargada de ideales políticos y sociales que brindó un empuje a la transformación vital de una generación que pasó del optimismo burbujeante a la dolorosa realidad de entregar esos frutos a sus descendientes, quienes apostaban a la modernidad más que continuar la lucha de sus padres por edificar un futuro ya obsoleto para la próxima generación.
En el libro se reflexiona sobre lo efímero del futuro; ese aliento generacional (ideas, amor, anhelo de intervenir en la historia, sueños y batallas) que mueve a los seres humanos cambia a una velocidad apabullante, quedando unos testimonios sueltos sobre estos actos carcomidos por el olvido. En “La Broma” asistimos al quiebre entre generaciones y épocas a través de los cuatro narradores Ludvik, Kotska, Jaroslav y Helena.
Cada uno dará cuenta y un punto de vista sobre la vida del primero, desenredando las consecuencias de enviar una postal en tono de broma a su novia, situación que desencadenará que Ludvik sea denunciado y luego expulsado del Partido, traicionado por sus amigos y condenándolo al ejército y a la cárcel. El protagonista motivado por el rencor y el odio por la suerte que le tocó vivir estará imposibilitado para amar nuevamente.
Así, el protagonista transitará del optimismo al desencanto al intentar vengarse de sus antiguos amigos que levantaron la mano en el tribunal, que significó su expulsión del partido y de la Universidad. Motivado por ese deseo de justicia personal, regresa a su pueblo natal, en donde vislumbrará la devastación cultural, anímica y política que gradualmente acabará con su determinación y le devolverá la claridad sobre las razones de su infortunio.
El texto es una broma en sí misma, porque mucho dependerá del estado de ánimo, las creencias políticas y nuestra postura ante la vida cuando abramos sus páginas. Aunque la broma final será precisamente lo que insinúa en su conclusión: ¿en realidad logramos vengarnos de las injusticias, logramos redimirnos de nuestras culpas o superar las batallas de nuestra vida? La respuesta y la pregunta son en sí mismas insignificantes para el proceso histórico, irónicamente, que se quiere intervenir y cambiar, ahí nuestras batallas personales tienen como substancia la irrelevancia.
La broma de la vida radicará en la trascendencia que nos otorgamos antes de diluirnos en el olvido. Somos muertos enterrando a nuestros muertos.