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Tal vez muchos ya no lo recuerden, pero hubo alguien que prometió barrer las escaleras, dijo, como deben barrerse, de arriba para abajo. La cual, aparentemente, era una clara propuesta para luchar contra la corrupción iniciando con los altos funcionarios del gobierno.

Ese alguien es el actual presidente de México, quien durante la campaña abordaba el asunto con micrófono en mano y a la menor provocación, para dar detalles de cómo planeaba acabar con este cáncer social que lacera la economía y vida de los mexicanos.

El símil usado sobre la limpieza del hogar denotaba que se iniciaría la vigilancia por aquellas posiciones encumbradas; que no se toleraría nada que fuera contra el proyecto de Nación y, sobre todo, que la lupa estaría sobre los servidores públicos de primer nivel. Sonaba bien, ¿pero por qué esta lucha se quedó sólo en palabras?

Son de conocimiento público las múltiples renuncias que han acontecido en estos primeros años de gobierno. La mayoría, de funcionarias y funcionarios que estaban en desacuerdo con las encomiendas o que no avalaban tal o cual ocurrencia, perdón, decisión del Ejecutivo.

Para muestra está lo ocurrido con el exsecretario de Hacienda, Carlos Urzúa, quien se tuvo que bajar del barco porque ante los ojos de Palacio Nacional transpiraba un fuerte olor a neoliberalismo. Como el de él hay varios casos para el análisis, pero ninguno juzgado o señalado por corrupción. Los que se han ido son los disidentes, los que no se callaron, los que decidieron no obedecer ciegamente.

Por eso, aquella historia de la escalera hoy resulta una vacilada. No pasó nada cuando se ventilaron los turbios negocios del hijo de Manuel Bartlett, tampoco cuando se hicieron públicas las transas en las subastas que organiza el Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado (Indep).

Se volvieron ojo de hormiga cuando el propio hermano del presidente fue mostrado recibiendo sobres con cientos de miles de pesos por concepto de “apoyos al movimiento”. Y no se ha hecho nada, ante las cada vez más frecuentes adjudicaciones directas que en distintas dependencias se dan para favorecer a compadres y amigos.

Barrer las escaleras de arriba para abajo no resultó tan fácil, porque si bien la alegoría ha servido para aventar polvo y suciedad a los oponentes, también es una simulación en la que se ha evitado tocar a los corruptos que viven dentro de la casa. Y así van más de dos años de gobierno, con un bla bla bla que resuena cada mañana en los altavoces. 

 

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