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En el mundo de aquellos que escriben, las personalidades varían abismalmente, ¡y qué bueno! Malo, o incómodo, sería que todos viviéramos buscando el mismo objetivo con nuestra pluma, o que lejos de disfrutar el placer de mover los dedos en el teclado o trazar palabras en el papel transcurriéramos los días preocupados por ese gran momento de gloria que puede, o no, llegar.

Personalmente, me ubico entre aquellos a los que la fama les genera una ansiedad insoportable. Mi pluma es mía, proyección de mi persona, construcción exacta de quién soy y en quién me estoy convirtiendo; nada más. Mis letras no pesan más que las letras de otros ni me empeño en participar en concursos para que mi nombre resuene o trascienda. Nada, realmente nada, podría causarme más terror. ¿Miedo? Miedo a la presión, a ser vista, a ser señalada, a perder mi libertad literaria que crece cada vez bajo los ojos de unos cuantos. Me basta el espacio semanal, la oportunidad sincera y la pluma activa.

En “La fama”, del escritor argentino Enrique Anderson Imbert, estamos frente a un cuento corto, pero maravilloso, sobre una persona que necesita ser famoso, a como dé lugar. Para esto, la primera parte ya está hecha: es poeta. La segunda parte, es la espera, el golpe de suerte y la oportunidad perfecta para aprovechar reclamar lo que en su perspectiva le pertenece: la fama.

Un día, nuestro poeta vio a La fama pasando de prisa y la detuvo para preguntar lo que por años le había venido carcomiendo la existencia: cuándo sería su momento, en qué punto le tocaría a él ser famoso. La fama se detuvo, le dio una fecha exacta, un lugar exacto y un evento específico que significaría el comienzo de su reconocimiento debido, así como su presencia para marcar el día. El poeta le dijo: “¡Ah, te lo agradezco mucho!”.

La fama entonces le contestó: “Agradécemelo ahora, porque dentro de dos años ya no tendrás voz”.

La idea de sumarse a la fama no siempre es compatible con la vida humana. A veces toma años, casualidades y circunstancias impensables. Para quienes la buscan, la espera es cruel, desgastante, privativa. Crea ideas falsas y vuelve a los pies ligeros dándoles una idea falsa para creer que pueden volar, que sus plumas son más pesadas y tienen mejor tinta que las otras, o que sus espacios, en realidad reemplazables, son únicos.

Habría que ir con cuidado, no vaya a ser que la llamemos tanto, tan fuerte, que al obtenerla sea una fama no de esta vida, sino como la del poeta, póstuma.

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