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En tiempos donde las circunstancias que nos rodean parecieran ser cada vez más complicadas, tendemos a buscar todo aquello que pueda traer sosiego a nuestras vidas. Un nuevo trabajo, una nueva meta personal que vaya de acuerdo con el ambiente de un año que comienza, nuevas promesas personales que se hacen en silencio y en la confidencia, o simplemente un impulso interno para lograr algo diferente. Conscientes de lo que nos rodea o no, la verdad es que reaccionamos entre aires de una defensa amable.

En ese instante precioso, y en medio de la determinación, somos capaces de encontrarnos a nosotros mismos en la forma más genuina; la más humana y la más sensible. Pues nadie es tan auténtico como cuando se sabe consciente de lo que realmente necesita y anhela. Para algunos pudiera ser una cuestión de salud, para otros económica, y para muchos más algo sentimental. Lo cierto es que todos tenemos un móvil que guía nuestros cuerpos hacia eso que queremos.

En La isla desconocida (1998), cuento largo del autor portugués José Saramago, conocemos una historia que promete contagiarnos con aires de ensueño posible, al mismo tiempo que nos encontramos con un idealismo familiar; ese que conocemos todos aquellos quienes hemos caminado en dirección contraria a lo que los demás creen correcto. Porque algo en nuestro interior determinó esa ruta, y nada podría hacer que quitemos la vista de ella.

Dentro de la historia, un hombre decide ir a ver al rey de una tierra que no conocemos en un tiempo que ignoramos. Como sabemos, los reyes suelen tener poca disposición para abordar los temas e inquietudes del pueblo. Es por esto que en ese reino había puertas que significaban asuntos diferentes: la puerta de las decisiones, la puerta de los obsequios y la puerta de las peticiones; ya imaginarás cuál era la puerta más concurrida.

Un día, nuestro personaje decide ir a pedir un barco para buscar la isla desconocida. Esa que probablemente no existía, pero cuya idea bastaba para permanecer en vela hasta ser atendido por el rey; cosa que logró con éxito. Tenía el barco y una sirvienta voluntaria, pero nunca tuvo tripulación.

Un barco no puede navegarse entre dos personas. Pero sí que puede prepararse y estar listo para ese momento en el que otros se unan. Y si no, como es el caso de nuestro personaje, bastará con descubrir que esa isla desconocida es el cambio en nosotros mismos cuando nuestros pasos se dirigen hacia nuevas aventuras y nuevos caminos.

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