Por el claxon
El poder de la pluma.
Presioné accidentalmente el claxon de mi coche en un semáforo provocando que un joven que caminaba por la avenida saltara de golpe y me volteara a ver.
Me llamó la atención cómo, enojado, me clavó la mirada mientras sus labios se movían al ritmo de pe-la-ná, pero a la vez me causó una carcajada enorme ya que el chavo cargaba una cartulina en donde decía que “es sordomudo” y pedía una “caridad”.
Vaya, no soy especialista en los oídos, pero estoy seguro que un sordo no oye y un mudo no habla. El claxon de mi vehículo es milagroso y le devolvió el oído y la facultad de insultar, en yucateco.
Y así pasa a diario, cada vez observamos a más personas en las avenidas pidiendo caridad o una “ayuda”, lo cual la ley de tránsito sanciona con una multa.
Independientemente de lo que a ellos les pueda suceder me preocupa más lo que le puedan causar a esos niños que tienen dormidos algunas señoras que se paran en el semáforo.
Cuando tenga un hijo espero que también se duerma así de profundo, al grado de que ni los ruidos de coches ni el fuerte calor lo despierten.
Según la RAE, la caridad es el sentimiento que impulsa a interesarse por las demás personas y a querer ayudarlas, especialmente a las más necesitadas.
Según la religión que profeso, hay que ser caritativos. Pero ojo, la caridad es interesarse por el necesitado, no dejarnos engañar y mucho menos creer en cualquier persona.
No es necesitada la persona que se para todos los días en un semáforo, el necesitado es el que lo hace quizá una vez para quitarse el hambre pero al día siguiente ya está buscando cómo salir adelante.
Quiero hablarles de Dulce María, una mestiza de avanzada edad que se para todos los días a las 2 de la tarde afuera del estacionamiento de la Clínica de Mérida a vender trapitos de cocina tejidos a mano por $50 pesos.
Doña Dulce tiene varios problemas de salud, sus pies inflamados, es diabética y jamás me ha aceptado una consulta gratis, dice que todo trabajo tiene una paga.
En las lluvias horribles del año pasado perdió el techo de lámina de su casa, no por eso se detuvo su venta. Al enterarnos varios médicos le ayudamos comprándole todo su producto al doble de lo que lo vendía.
Esa es una persona necesitada, como las que luchan a diario en labores difíciles como recolectores de basura, intendencia, ventas ambulantes.
Incluso los señores que pasan de casa en casa pidiendo trabajo “de lo que sea”. Estoy seguro de que no todos los que están en el semáforo mienten, pero también que no es caridad darle dinero a la señora que duerme a su bebé para dar pena o al manco que te quiere dar lástima o al que lleva a su hermano con retraso mental para tentarte el corazón.
Existe una diferencia entre abuso y necesidad. Por ello propongo que apoyemos a esas personas que realmente lo necesitan, a los abuelitos que piden apoyo, a quienes piden trabajo, a los que hacen manualidades o artesanías, a los que luchan por salir adelante con esfuerzo.
Ahí encontraremos la verdadera magia