Viviendo el Janal Pixan
Columna de David R. Ojeda Correa: Viviendo el Janal Pixan
Nada tan bello como una tradición que nos devuelve a las raíces de nuestra cultura. Me considero un orgulloso yucateco, con un gran cuerpo de cochinita pibil y un alma de panucho. A quienes estudiamos medicina, al terminar la carrera, se nos envía a brindar 365 días de nuestra vida al servicio de la gente, mismo que se hace con una pequeña beca que sólo alcanza para comer, pero donde se aprende a extrañar la casa y valorar lo que se tiene.
Le llaman “el servicio social”. Desde que entré a la carrera siempre dije que quería irme a una comunidad alejada a vivir ese servicio y así fue, elegí pasar un año de mi vida en la comunidad de Kochol, una comisaría de Maxcanú, la cual ha estado creciendo bastante, pero que, en su momento, no tenía señal de celular, internet ni siquiera agua potable.
Las calles eran de piedra y las señoras vestían de hipil, a la vez que todos hablaban maya como primer idioma y unos cuantos el español. Ya imaginarán todo lo que tuve que aprender para dar una consulta médica. Uno de los momentos del servicio que más llevo en el alma fue el Janal Pixan, ya que ahí lo celebraban con gran fervor.
Hacían un megaorificio en el patio de sus casas y enterraban el mucbipollo envuelto en hojas de plátano de su mismo terreno. Este pib estaba relleno de pollo que ellos mismos criaban para esta importante fecha. El aroma que se desprendía por todo el poblado es inolvidable, indescriptible, tanto así que de sólo imaginarlo se me hace agua la boca.
Fuera del hoyo del pib hacían un camino de arena blanca llamado sacbé, al cual en sus costados llenaban de velas. Este camino conducía al altar que estaba repleto de las cosas que más le gustaban al difunto. El olor del pib, además de hacerme enloquecer, llamaba a las ánimas a subir desde el inframundo siguiendo el sacbé y poder así agasajarse de los obsequios que estaban en su altar.
Durante los días de festejo se comían todo el pib, era importante que se lo terminaran todo, pues, si no, el difunto seguiría oliéndolo y no podría regresar al inframundo.
Como al médico siempre se le trata con cariño, me llenaron de mucbipollos el consultorio, los primeros dos fueron maravillosos, pero luego llegaron más y más, y pues dado que tenía que acabármelos para que el difunto se vaya, las familias que me lo llevaban se quedaban a ver que me los terminara. Ahí agarré el cuerpo de cochinita que les cuento que tengo y la cara de pib que me sigo cargando. Tras una semana, nuevamente hacían otros pib, esto con la finalidad de que los difuntos que se quedaron en la tierra bajaran por el olor de nuevo al inframundo.
Ellos no celebran a la muerte, recuerdan que sus seres queridos siguen con nosotros de alguna manera, festejan y conmemoran su vida, sus enseñanzas, nos hacen perdurar tras nuestro fallecimiento, nos enseñan que podemos trascender en las enseñanzas que dejamos a los vivos y que eso nos permite vivir para siempre.