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La violencia nunca será el camino hacia la paz, la igualdad o la justicia; quienes así lo consideren estarán condenados a vivir en un estado de zozobra y de enfrentamiento continuo, amparados por los falsos ideales y la discordia.

Llegó nuevamente a nuestro país una caravana migrante de familias centroamericanas, hombres, mujeres y niños de Honduras, Salvador, Nicaragua y Guatemala abordaron las fronteras, cruzando el río Suchiate, intentando, todos, dirigirse hacia los Estados Unidos.

Sin embargo, nuevamente, las autoridades no tuvieron la capacidad de responder de manera humanitaria a personas que desean una mejor calidad de vida, que huyen de la violencia y la incertidumbre de sus naciones de origen.

Las imágenes se hicieron públicas, los agentes de Migración y de la Guardia Nacional, superados en número por los hermanos y hermanos centroamericanos, contuvieron el ingreso ilegal, rozando en tintes violentos, escenas que ya vivimos el año pasado.

Al vivir en un país regido por normas, tenemos que ser ese balance indispensable para preservar el estado de derecho, realizar el procedimiento que dictan nuestras leyes en materia de Migración sin menoscabo de la protección jurídica hacia las personas, por su propia condición de vulnerabilidad.

Los derechos de los que gozan los migrantes están contenidos tanto en nuestra Carta Magna, como en los tratados internacionales que se han suscrito, obligatorios en esencia, en forma y fondo.

Estos derechos incluyen el respeto a la integridad personal, a la salud, a la educación, a la vida, el acceso a la justicia y a la no discriminación, prohibiendo expresamente la tortura, la esclavitud y la trata de personas.

Las verificaciones migratorias deben estar reguladas, mientras que el uso de la fuerza seguirá una serie de lineamientos y manuales, regido por los principios de legalidad, racionalidad, oportunidad y proporcionalidad, establecidos en directivas y códigos de conductas internacionales.

Es utópico señalar que podemos resolver las problemáticas de Centroamérica, cuando aún no resolvemos nuestras propias problemáticas, estamos muy lejos de ser un país avanzado en muchos aspectos.

Sin embargo, es posible ser empáticos, porque ¿cuántas veces no hemos criticado el trato que le dan las autoridades norteamericanas a nuestros paisanos que cruzan la frontera? Los mexicanos y mexicanas que van hacia Estados Unidos son atraídos por las oportunidades que muchas veces no hemos sido capaces, de proporcionar.

El primer paso hacia una solución es aceptar nuestra propia culpa, porque seguimos, a pesar de las experiencias, manteniendo una narrativa de división social, de ser sociedades y gobiernos que no establecemos conductas cooperativas y de mutua colaboración.

Las familias centroamericanas no vienen a quitarnos nuestros empleos, avanzan hacia la luz del progreso que no tienen en sus naciones de origen, buscan una respuesta a sus necesidades; tampoco es idóneo para ellos salir de sus hogares.

Desesperación y desesperanza, dos elementos que empujan al ser humano hacia el riesgo. Todo movimiento social necesita tener reglas precisas de ingreso, protección y encausamiento, seres humanos ayudando a otros seres humanos, hasta donde sea posible.

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