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La muerte ronda por la ciudad. Y no es el título de una novela de terror o suspenso. Es la realidad cruda y constante que se materializa en el paso de las ambulancias con el ominoso sonido de sus sirenas por todos los rumbos de esta asolada Mérida. Escenas que jamás pensamos ver hoy nos las muestran en toda su crudeza las redes sociales: personas muriendo a las puertas de los supuestamente saturados hospitales, donde no las quieren  o no las pueden recibir, según la versión que quiera usted creer. 

Hace unos meses veíamos por los noticiarios escenas dantescas en otros países de familiares quemando a sus difuntos en la calle porque ya no había lugar en los cementerios ni en los crematorios. O nos enterábamos de que en algún sitio alquilaron camiones refrigerados para poner los cuerpos porque las morgues no podían recibir más. Y decíamos, entre compungidos e incrédulos, que ojalá eso no llegara nunca a ocurrir en Mérida. 

Pero pues, ¿qué le digo?: ya está ocurriendo. Hace unos días vimos las fotos de un custodio del penal meridano que murió a las puertas de la Unidad de Medicina Familiar No. 59 del IMSS porque no hubo quien lo atendiera (vaya usted a saber si por negligencia, por falta de cupo o por exceso de burocratismo). Mientras esperaba “su turno” para consultar llegó la parca a buscarlo. Y ahí quedó. 

Escenas similares nos han narrado que ocurren a las puertas de otros hospitales de esta ciudad y del interior del Estado, como el O’Horán. Las autoridades, en medio de esta tragedia, se pasan las culpas. Que si la pandemia está descontrolada y se la salió de las manos al gobierno del Estado o que si los hospitales federales se niegan a recibir a los pacientes aunque tienen camas disponibles.  

Sea por una causa o por otra, la trágica, terca realidad nos estalla ante los ojos: muertes por doquier y dolor indescriptible ante la impotencia de quienes ven cómo se les muere la mamá, el papá, el hermano, la hija, el nieto o el amigo porque no pudieron recibir atención oportuna y suficiente. Las redes sociales son testigos insobornables del doloroso trance y retratan con fidelidad lo que ocurre. 

Al borde del pesimismo, gritamos unos que la autoridad no ha cumplido su obligación constitucional de proteger la salud de los mexicanos, que en Yucatán se han enredado con las cifras  y nos ocultan la verdad. El gobernador nos dice claramente: Es deber de cada uno cuidarse y cuidar a su familia. Las recomendaciones están en todos lados y no sólo en español, también en maya. Y, con eso que llaman “valor mexicano”, no hacemos caso.  

Apenas hubo un relajamiento de las condiciones impuestas: el aislamiento sobre todo, nos desbocamos y salimos a celebrar por tierra y por mar o dejamos de lado las medidas sanitarias indispensables. Hoy la muerte se ha desbocado y nos está cobrando caro el descuido y la temeridad. Dura lección. 

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