La otra muerte
El Poder de la Pluma.
Estamos acostumbrados a pensar en la muerte como un momento anterior y posterior que resulta definitivo. Sabemos lo que viene e intuimos el dolor que hemos aprendido a esperar con los ojos cerrados. Nadie puede culparnos, porque naturalmente se trata de un proceso fácil de racionalizar, pero difícil de aceptar. No queremos que los nuestros mueran y definitivamente no queremos toda esa tela gris que envuelve los días cuando la muerte se estaciona cerca y poco podemos hacer para espantarla.
Cada quien reacciona diferente y los pensamientos que acompañan nuestras acciones primeras al momento del impacto suelen opacarse por una tristeza profunda muy difícil de abordar con palabras. ¿Es que acaso una parte de nosotros también muere? Probablemente sea eso lo que sucede en el segundo inmediato. Algunos accionan y bloquean emociones, otros se rompen y el llanto se convierte en una llave de agua que se abrió y no puede cerrarse. A otros les toca “ser fuertes”, pensar con la cabeza fría y tomar el mando logístico para definir el rumbo de un cuerpo amado hacia su destino final; bajo la tierra o en la ligereza de unas cenizas. ¿Qué hay de ese que no reacciona, pero sí cuestiona?
En “Hedor”, poema en prosa del escritor colombiano Carlos Flaminio Rivera, estamos frente a un texto que plantea una perspectiva diferente en las reacciones que la muerte puede tener en una persona. No es de extrañarse que naturalmente nos sentiremos un tanto incómodos, porque tanta racionalización pudiera resultar un poco desalmada para todos aquellos que hemos vivido un duelo en la zona emocional.
Dentro del poema, una voz que no conocemos hace una indagación sobre el evento de la muerte y no promete ser sutil. Comienza con un cuestionamiento disfrazado de oración verídica para informarnos de qué pasa al momento de morir. Naturalmente, no es la idea a la que estamos acostumbrados, pero nos dejamos llevar con curiosidad.
La voz narrativa cuenta que todo lo que sucede a partir de ese instante es orgánico. Dejamos de existir, pero no realmente. Para esto, se apoya en una pregunta que danza entre ingenuidad y frialdad: ¿cómo saber que la persona está realmente muerta? Otra voz, que tampoco conocemos, responde: “¡Porque se pudre!”.
Ahí está. El lado más frío de concebir una ausencia, pero también el más verdadero. Ese que probablemente no queremos considerar al principio pero que sirve para abrazar plenamente el proceso emocional futuro; una primera aceptación.