La poesía regresa a los no poetas

Breviario lector, columna de Patricia Carrillo Padilla.

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Escribir y leer poesía es tan humano como lo es el debate de ¿qué es poesía y qué no? Cuando desde lo escolarizado se imparten asignaturas relacionadas a la creación literaria –sin ser programas especializados en artes– resurge este cuestionamiento por algo tan natural como pensar en si el que jóvenes escriban versos sin mayor experiencia que tener un módulo de clase dos veces por semana es “válido”.

Pero, ¿quién dice que lo es o no? No obstante, como siempre he defendido: todas y todos tenemos mucho por decir, incluyendo a niñas, niños y adolescentes. Se han suscitado casos donde las infancias crean imágenes poderosas, o momentos donde las juventudes rompen su estereotipo de apatía para mostrar a través de la palabra lo que tienen por decir.

Y ahora no es la excepción. En estos días, en la conformación de un corpus textual de poesía en clase, se desafió la normatividad social de la familia feliz hablando de las complicaciones en casa, haciendo alusión del rechazo materno difícil de externar en público, pues en lo usual se piensa que estas ideas son pasajeras del adolescente rebelde y no una realidad que atraviesan desde años atrás.

Otro contenido, aunque es un tema algo estigmatizado en los jóvenes, son las emociones sentimentales que también cobran protagonismo, sobre todo si hay un antes y un después a un punto de quiebre: ¿cómo lo dicen los jóvenes de hoy? Eso es lo interesante e intenso, tal cual regresáramos a las épocas clásicas donde se cantaba a la belleza y a la aprehensión de lo imposible. Cuando es presente todos estos dilemas caen en lo insignificante. Pero con la trascendencia del tiempo ello cambia.

Como lo fue Sylvia Plath, atormentada poeta con una extraordinaria obra que en su “Soliloquio de la solipsista” exclama: “Yo,/ cuando estoy de buen humor,/ doy a la hierba sus colores/ verde blasón y azul celeste, otorgo al sol/ su dorado;/ pero, en mis días más invernales, ostento/ el poder absoluto/ de boicotear los colores y prohibir que las flores/ existan”.

Las estrofas previas y la posterior a esta tienen la misma fuerza y vibración causante de múltiples sentires, mientras que nosotros leemos a una Plath de 16 años que, dentro del instituto, escribía estos versos denotando desde el principio su esencia creadora, eso sí, sin dejar de ser una joven con la naturaleza vívida de plasmar en poesía lo que sus manos iluminaban.

No hay absolutos y la poesía no debe perder la esencia humana de paladearse sin exigir análisis hermenéuticos exhaustivos. Escribir y leer poesía desde la escuela va más allá de un programa de estudios, es una ventana a la exploración del yo, de la capacidad verbal de metaforizar la vida y comparar las imágenes de nuestras vivencias, de aliarnos a la gramática para rastrear nuestros orígenes lúdicos, experimentar escribir sobre el amor o incluso sobre una mosca, del todo. No todos escribimos poesía, pero sí todos deberíamos sentirnos acogidos por ella.

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