Cuando ya eres retro

Columna de Rodrigo Ordóñez Sosa: Cuando ya eres retro

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Hace unos días exploraba varias ofertas en las redes sociales para comprar una serie que me recordaba mucho mi infancia, últimamente ha sido algo más recurrente porque probablemente he soñado mucho con mi papá, con los días en que íbamos juntos a trabajar al balneario San Isidro y acompañábamos a mi abuelo, cada uno de esos sueños se reflejaba como un paisaje matizado por un amarillo deslavado que simula una fotografía ochentera, ahí, en esa raíz de emociones, mi realidad ha estado cruzada de una sensación de pérdida que he tratado de recuperar, aún sin saber qué es.

Mientras pasaba página tras página de las redes sociales, aparecían ante mí series como Los Caballeros del Zodiaco, Ranma ½, Los cazafantasmas, Sailor Moon, pero, entre ellas, salió Thundar el Bárbaro, una caricatura estilo Hanna Barbera, pero fue una serie producida por la compañía norteamericana Ruby-Spears Productions, ambientada en un futuro yermo postapocalíptico (3994 d.C.) dividido en reinos o territorios, gobernados por magos, cuyas ruinas suelen presentar características geográficas reconocibles de los Estados Unidos como la ciudad de Nueva York, Los Ángeles, Las Vegas, Boston, San Antonio, San Francisco, Washington, entre otras, que me recordaba las mañanas frente a la televisión disfrutando uno de los pocos momentos de paz y me permitía creer que existían otros mundos posibles.

Con dibujos simples y personajes basados en Star Wars y en He-Man, estos breves episodios que tenían la misma estructura todos, siempre eran motivo de alegría en mi niñez, porque te dejaba la esperanza que al final del día, después de cada problema o tristeza, el mundo encontraba la forma de reiniciarse o que la esperanza nuevamente brote para continuar otro día peleando, saliendo adelante o mirar hacia el futuro con optimismo.

Mientras iba encontrando esa parte que había olvidado que existía, ese momento optimista del día, comprendí que me hacía falta y creía perdido: mi infancia.

Aunque suene a un deseo simplista, en realidad la infancia siembra las bases de nuestro mundo interior, los recuerdos felices, el hogar, la familia, los amigos, las calles y barrios donde crecimos que hoy están desaparecidos o transformados, es decir, ahí nace nuestro lugar seguro, nuestro momento de paz cuando las cosas van mal, nuestro punto de inflexión cuando queremos abandonar la batalla.

En ella nació un programa de viajes y sueños que en la etapa adulta paulatinamente hemos ido realizando, aunque en mi caso, gran parte de esos elementos físicamente ya no están por las remodelaciones urbanas, así como el balneario cerró hace mucho tiempo sus puertas, aún persisten en mis sueños, me dan ese impulso y esa esperanza que lograremos estar bien, mejor y que saldremos adelante gracias a que en esos recuerdos existen una felicidad que deseo recuperar.

Al final, podría tratarse del filo de mi edad actual y atravieso una crisis, pero este fin de semana fueron caricaturas antiguas, mi gatita Sasha a un lado y visitar esa memoria enraizada en la calle 66 sur, donde mis padres me enseñaron el valor de la esperanza.

Lo más leído

skeleton





skeleton