Un adiós a José Agustín
Columna de Rodrigo Ordóñez: Un adiós a José Agustín
Antes de iniciar el nuevo milenio hubo una iniciativa para promover la lectura mediante la venta de libros en los puestos de periódicos a precios accesibles que promovieron las editoriales Planeta y Conaculta, en las dos primeras entregas apareció el libro de José Agustín con el título Se está haciendo tarde (Final en Laguna), en la serie Narrativa Actual Mexicana.
Un libro de pasta dura, portada azul y papel revolución, con una presentación brillante, que me permitió conocer a este autor que influyó en mi decisión de estudiar literatura.
Con una narrativa ambientada en Acapulco, a inicios de los setenta, cuenta el viaje interminable de un lector de cartas de tarot, un dealer acapulqueño y un joven gay que entran en un torbellino de drogas, rock, irreverencia y rebeldía como detonantes de una búsqueda profunda de nuestra naturaleza humana, el espíritu de la época en la que se escribió y hallar cuál es el objetivo de nuestra existencia.
Sin embargo, en ese primer acercamiento a la obra de José Agustín me desconcertó el manejo del lenguaje, el humor y romper las reglas gramaticales (con plena consciencia de ello), la introducción de frases y palabras propias del lenguaje coloquial, cotidiano, que contrastó con mis lecturas previas que operaban una solemnidad y uso correcto del español.
Después de esa obra, me llevó a una búsqueda en librerías, tiendas de segunda mano y botaderos de libros en el mercado para encontrar más novelas, porque en ese momento no existían las ventas en línea e Internet accesible para todas y todos, pero esta caza literaria me permitió conocer las obras De Perfil, Dos Horas de Sol, Ciudades Desiertas, La Miel Derramada, La Tumba, La Panza del Tepozteco y, el más importante, La Contracultura en México, que me ayudó a comprender más sobre la Literatura de la Onda y sus exponentes, la generación Beat, los principales representantes del rock rupestre, el blues y el movimiento psicodélico. También me llevó a conocer la obra Pasto Verde, de Parménides García Saldaña, a quien le atribuye la fundación del movimiento de La Onda, y Gazapo, de Gustavo Sainz.
Más allá de una reflexión literaria sobre las herencias o impacto en el arte, creo que los escritores tienen un legado más valioso que es su huella en sus lectores. Como en este caso, a José Agustín le debo mucho sobre mi formación, porque fue una guía respecto a un movimiento literario, sus exponentes y una forma de pensar fuera de la línea institucional y el arte formal, me llevó a conocer la guerrilla, la represión de Estado, la forma en que barrieron con los cafés donde la juventud acudía a repensar la cultura, la política y el papel crítico que debemos asumir ante la violencia de las instituciones.
José Agustín, sin duda, marcó un antes y después en la literatura, junto con Gustavo Sainz y Parménides García, que ante la asfixia del autoritarismo encontraron en las letras una libertad y propusieron un estilo de vida que aterró al Estado al grado de que trataron de inscribir estas plumas al círculo institucional, sin embargo, a más de cincuenta años, con cada nuevo lector, esa rebeldía contra el sistema persiste.