|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

En ocasiones no sabemos exactamente por dónde viene el alivio. Ese que inconscientemente esperamos como quien aguarda por un momento de distracción amable. Una salida de emergencia dentro de la mente en la que podríamos imaginarnos abriendo una puertecita interior para dar un paso afuera y tomar aire fresco; respirar nuevas ideas. ¿Pausas mentales? Podría ser. 

Son momentos preciados y no siempre somos quienes los propician. Basta una palabra ajena, un mensaje, una canción, unos brazos que te rodean, una broma, una mordida a algo delicioso, una brisa que acaricia los vellos del rostro, ¡y sucede! Abrimos esa puerta y nos ponemos en pausa receptiva a todo cuanto debamos sentir al momento. Hay magia en ese instante, como si se tratara de regalos para calmar todo lo que revolotea en la mente y salirnos por un momento de lo que sentimos o pensamos con frenesí. 

Para nosotros la puerta abierta viene con miras a un cuento precioso. De esos cuya pronunciación inicial promete transportación a lugares luminosos, llenos de imágenes que manejan los pensamientos y los dirigen en vías de colores vibrantes. Advierto finura y guiños selváticos hipnotizantes; un deleite. La sirena del bosque, de Ciro Alegría. 

Imagina que unas manos sujetan tu rostro y con toda seriedad enuncian hacia ti: “El árbol llamado lupuna, uno de los más originalmente hermosos de la selva amazónica, tiene madre”. ¿Tiene madre? Claro que tiene madre. Y nos cuentan que se trata de un “ser que habita dicho árbol, es una mujer blanca, rubia y singularmente hermosa”. Por las noches sube hasta la copa y canta dejándose alumbrar por la luz de la luna, proyectando sonidos de encanto que de ser escuchados por los jóvenes podrían resultar en algo así como un enamoramiento súbito, casi peligroso. La lupuna reina entre la vegetación y es tal su belleza y valor que no se tala ni se quema; se respeta. 

Sin sentirlo, pareciera que también nosotros estamos al pie del árbol mirando hacia arriba. Perdiéndonos en esos instantes que también son una puertecita de salida de emergencia mental. Doblamos la cabeza y los ojos se proyectan hasta la punta, al mismo tiempo que la mirada se pierde entre los movimientos de las ramas.  

Y no pensamos, estamos en pausa armónica disfrazada de algo muy similar a la emoción arrebatadoramente tierna que sentimos cuando, en instantes de amor irremediable, miramos a quien nos creó. Entonces entendemos y reafirmamos que, en efecto, la lupuna tiene madre. 

 

Lo más leído

skeleton





skeleton