Campeón gabacho
Julia Yerves Díaz: Campeón gabacho
Pienso cuándo fue la última vez que una escritura me sorprendió a niveles desarmadores. Y es que traigo a la mano el verso pronto, el cuento accesible y la relectura de confianza, pero lo cierto es que son especiales las ocasiones en las cuales una creación literaria me rebasa en un nivel lo suficientemente eufórico para necesitar pausas y días de distancia en un intento por prolongar el placer de la lectura.
Algo cercano a eso son las historias que escucho en mi familia. La historia de cuando Uel fue reina de carnaval en Tzucacab, y el puente de distancia cuando una vez en la ciudad, le tocó despedir a su esposo, mi abuelo, quien cruzaría las fronteras de todos los estados del sur hasta llegar a la gran frontera extranjera. No me alcanza la angustia para imaginar los ensamientos de ambos; y si acaso, algo más los de él. ¿Nadó? ¿Lo transportaron? ¿Pasó frío? ¿Hambre? ¿Se deshidrató? ¿Qué sentía? Cuelga de mi nueva memoria la foto que encontramos ayer donde figura él cruzando una calle con su uniforme de carwashero. Debajo, en el espacio blanco, su letra dedica el retrato a su mamá, Ritín.
Campeón Gabacho, de la autora mexicana Aura Xilonen, es una novela que puede ser mirada a través de diversos ángulos; todos increíblemente bien logrados. Su escritura, que a momentos pareciera haber sido basada en un diccionario arcaico, fino, grueso, rebuscado; el slang, el humor fino, los diálogos increíbles, la ternura humana disfrazada de sentimientos expresados desde las condiciones más sensibles, y la capacidad para estremecerse con un gesto que no alcanzamos a ver, pero sí a sentir.
Liborio es un inmigrante. Ha cruzado el río con el cuerpo aferrado a un neumático. Su historia, como la de tantos otros, es enorme dentro del universo que lo contiene. ¿Parece una película? Por supuesto, de esas que hacen llorar, querer cambiar todo y también abrazar lo que duele en los demás. Será boxeador y será campeón. Lo conocemos en el durante y el antes con narraciones diversas a su voz, que resultan peculiares como el hecho de que su autora tenía 19 años cuando le dio vida escrita.
Dejo con amabilidad y esperanza, sabiendo que es mejor mostrar que convencer, una prueba de la mente de Liborio, y la proyección directa a su creadora: “La noche enjuta las estrellas, que palidecen arribita, como colando el chicozapote de agujeros blancos. Imagino que pronto va a amanecer porque veo una onda azul o verde que cruza nebulando el espacio sideral”.