La ternura de los monstruos
El Poder de la Pluma.
Decimos estar en contra de la violencia, pero no dudamos en consumirla. No es un reclamo ni mucho menos una acusación; se trata de una observación. Algo natural contra lo que no podemos luchar y contra lo que posiblemente poco podemos hacer, porque en muchas ocasiones el instinto es más fuerte que la razón y las acciones que no se piensan, pero sí se sienten, van cargadas de una fuerza casi propia; se salen de nuestras manos.
¿Qué es lo que nos atrae de ella? Hay un instante casi mágico cuando, por ejemplo, al mirar una película, “el malo” de la historia recibe un castigo acorde con su vileza y festejamos el hecho; lo aprobamos conformes entre aires de alivio. Nos gusta el sentimiento; ese que resulta similar al impulso verbal, casi explosivo, cuando en una pelea de box nos descubrimos gritando improperios para alentar al luchador favorito. ¿Un acto inconsciente pero justificado? Es posible.
El texto correspondiente a esta semana se titula “Rúbrica”, y está escrito por el autor argentino Juan Filloy. Advierto que al leer el título no podemos anticipar la fuerza con la que seremos sacudidos ni el sentimiento que será generado en nosotros. Es una historia que narra otro tipo de violencia; esa que incomoda y duele porque carece de motivos justos.
En un departamento vive una pareja de ancianos cuya rutina es interrumpida para recibir a unos aparentes técnicos de alguna compañía de teléfonos. La mujer esperaba la visita y los deja pasar bajo la débil vigilancia y protección de su esposo, quien dormía en su sillón de paralítico. En un instante, y con intuición inequívoca, la mujer observa cómo uno de los falsos técnicos pone el cerrojo de la puerta, mientras el otro la toma abruptamente por la espalda para dirigirse hacia la habitación donde tomarían el botín. El resultado preliminar del saqueo resulta escaso pero la esperanza aumenta cuando uno de ellos vislumbra una caja fuerte. “Diga dónde está la llave de la caja o la mato”.
La respuesta de ella cambió el curso de la historia. Les indicó que la llave estaba dentro de la jaula de los canarios y añadió: “¡Asesino!”. En ese instante el hombre le clavó una navaja en el pecho; dándole la razón. Antes de irse, uno de ellos tomó la jaula y se aproximó a la ventana para liberar a los canarios. “Hiciste bien, pibe”. En un breve instante, el golpe llega y duele la ironía dentro de esta historia; porque no es algo ajeno a las acciones humanas, no dista de la realidad.