|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Cuando no se puede viajar con el cuerpo, como en el caso que nos ocupa mundialmente, se puede optar por viajar con la mente. Tomamos todas aquellas palabras que se disponen en hojas impresas o en la virtualidad, y en cuestión de segundos activaremos la imaginación para llegar a todos esos lugares que de lo contrario permanecerían en lejana probabilidad.

Algo ocurre cuando alguien más decide narrarnos un viaje. Como si en un esfuerzo de reconstruir los recuerdos propios, se creara un nuevo universo que se transforma mágicamente en un nuevo viaje que no corresponde al que se realizó físicamente, sino al que se sintió. Y es así que de pronto añadimos sentimientos a los viajes, como si las calles recorridas despertaran estallidos de emociones, colores y sabores que más adelante se convertirán en el recuerdo principal.

En “La tarde de mi llegada a Kioto”, del autor japonés Natsume Soseki, partimos de una serie de memorias exactas que son develadas a partir de un recuerdo y se disparan en el momento en el que, al bajar del tren, nuestro personaje pisa Kioto. Advierto que nos acompañará el frío y que tendremos, si es que no la hemos tenido antes, una visión diferente de Japón.

Un hombre nos revela todos los nombres de las personas que forman parte de sus recuerdos y de esa su nueva experiencia en Kioto, pero olvida un dato principal: el suyo. De entrada, nos dice que Kioto es una ciudad triste. Un sitio que se adorna de un aire helado que hace tiritar el corazón y el espíritu al mismo tiempo que doblega las intenciones de permanecer ahí.

Dentro de la historia, el hombre relaciona tres recuerdos que adornan su visita anterior a Kioto: su fallecido amigo Shiki, el zenzai, que es una sopa roja tradicional, y el contraste abismal entre los rostros de una ciudad en verano y en invierno. A lo largo del recorrido hacia su destino final, nuestro personaje no deja de sentir frío, y en un intento de calentarse de alguna forma, recurre a su mente. A esos recuerdos que sin saberlo abrigan el corazón de un cuerpo casi congelado. Un cuerpo que no se siente bienvenido en una ciudad que parece desconocerlo.

¿Qué es esta nostalgia que rodea un cuento magistralmente escrito con una simpleza preciosa? Quizá sea el hecho de que estamos siendo invitados a viajar, como si escucháramos a quien va delante y describe todo aquello que le brota de la mente en forma de recuerdos. Nos han tomado la mano, y nosotros también vamos a sentir

Lo más leído

skeleton





skeleton