|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Más a menudo que esporádicamente, es difícil expresar lo que realmente queremos decir. Y más que decir, hacer.

En el caso de las palabras, durante toda nuestra vida hemos cultivado un libro sin título donde dejamos escritas todas aquellas que decidimos aprender.

Algunas de ellas las elegimos para ocasiones especiales, cuando queremos parecer cultivados; otras las mascaremos un poco y saldrán de nuestra boca con un aliento cotidiano al que poco le importan las formas.

Si bien estamos compuestos de células, membranas, músculos y ligamentos; también lo estamos de palabras. Aunado a eso vienen los actos, que también tienen truco.

Cuando nuestro lado consciente está distraído, nos aventamos a realizar algo con la confianza de quien no teme a las miradas ajenas; hacemos lo que realmente queremos hacer.

Un baile arrítmico, sacarse los mocos en público, una carcajada en la multitud, o un insulto dominguero que vibró desde adentro y salió triunfante. Tanto esto, como el hablar, lamentablemente suponen una necesidad de filtración, de mesura.

La poeta lituana Janina Degutyte, en su poema “Sin título #13”, habla de todo lo que no quiere hacer y de lo que, en cambio, amaría estar haciendo.

Los versos son directos y para comenzar dispara con un: “No quiero estar escribiendo poemas. No creas que hay alegría en eso. Es falso. Me gustaría amasar pan o mecer a un bebé”.

La fuerza puede sentirse, al igual que se nota un juego en el que ella misma es presa de su no-deseo. Una presa que a momentos puede liberarse y liderar una danza con eso que la oprime.

En cinco estrofas despliega una serie de versos preciosos en los que ha poetizado toda una vida de añoranza y actos idílicos al mismo tiempo que pone en contra su rendición ante lo que no puede evitar: escribir.

“No quiero escribir poemas, pero el lápiz en mi mano vibra hasta el latido de mi corazón, y no hay vuelta atrás.” ¿Pudiera ser que Janina encontró el balance perfecto entre las palabras y los actos? Y si este fuera el caso, ¿por qué hay una sensación de juego en este triunfo aparente? Actúa respetando su deseo, pero al mismo tiempo objeta sobre su condición de poeta que no puede controlar sus palabras.

¡Vaya estado! Se asemeja a nuestra realidad que corre entre tantas cosas que no quisiéramos estar haciendo y palabras que no desearíamos pronunciar. Y aquí estamos, haciendo y diciendo lo correcto. Faltaría seguir el ejemplo de todo lo anterior. No buscar el balance, sino lo lúdico.

Lo más leído

skeleton





skeleton