Maximiliano de Habsburgo: ¿estaba a la altura de su apellido?

Karla Martínez: Maximiliano de Habsburgo, ¿estaba a la altura de su apellido?

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Contrario a lo que se pueda imaginar sobre la vida de un rey, virrey, monarca, etc., de rebosantes lujos, exceso de felicidad, futuro resuelto, lo que tiene su parte de veracidad, pero no todo es como lo pintan. Este es el caso de Maximiliano de Habsburgo, noble, militar y político austríaco quien tuvo que renunciar a su legado, así como a sus títulos rimbombantes para poder fungir como emperador de México.

¿Qué es lo que no se dice detrás de cada personaje? Hay que indagar sobre sus orígenes familiares así como de su contexto para poder tener una idea amplia de su proceder en el mundo y es lo que otorga el escritor Pedro J. Fernández en su libro “Maximiliano, memorias secretas del emperador mexicano” (2024), basado en los cuadernos forrados de piel, encontrados en una habitación de Palacio Nacional mismo que alguna vez fuera ocupado de igual manera por Benito Juárez.

A modo de ficción, y otro tanto de realidad, se va desplegando el panorama contado en primera persona sobre los orígenes de la existencia del emperador, que contrasta de manera abismal sobre el pensamiento colectivo de la sociedad.

Este noble austríaco creció en cuna de oro, pero por lo que se percibe desde los inicios de sus memorias, no podía existir sin cubrir con las múltiples exigencias del protocolo real, así como de la rigidez de su madre Sofía, quien se encargó de su educación y la de sus hermanos poniéndoles a los mejores maestros para que los instruyeran en diversas disciplinas y de esta forma prepararlos para la vida política una vez que crecieran.

La rigidez con la que fue sometido, repercutió en todos los ámbitos de su vida, obligándolo a vivir de excesos, viajes, perdiéndose a través de diversas embarcaciones para así alejarse de su realidad, y fue lo que mantuvo como válvula de escape durante muchos años para no tener que lidiar con la seriedad y ostracismo familiar.

Hasta que un día ya no tuvo más escapatoria y fue imperativo que afrontara su realidad, empezando con consolidar un matrimonio que aportara política y económicamente a su país, por lo que hasta para elegir a la persona con la que se tenía que casar fue parte de ese protocolo al que tanto aborrecía. El amor quedaba en último término, fue fiel creyente de la atracción a primera vista, y sí logró que esta situación se diera en dos ocasiones, sin embargo las susodichas tenían que pasar por la aprobación de la madre, quien siempre le recalcaba “un Habsburgo debe estar a la altura de su apellido, no de su corazón”.

Es cuando entra a la ecuación Carlota, princesa de Bélgica, que aunque Maximiliano nunca logró amarla como mujer, sí le tuvo mucho cariño así como respeto. Ella lo acompañaría en su travesía como emperador de México, siendo pieza clave en las decisiones de Max desde para renunciar a su legado así como en llevar las riendas de la política en México.

Esa necesidad de huir de las garras de su madre que movía todos los hilos, y evitar que se siguiera metiendo en su vida, fue motivo sustancial para que tomara la decisión de dejar todas las comodidades atrás, para embarcarse a lo desconocido aún sin tener pruebas de que funcionaría la Monarquía en México, moriría fusilado ante un pelotón a cargo del presidente Benito Juárez, lejos de sus seres queridos y con la duda eterna de ser hijo de Napoleón II. 

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