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El Día Internacional del Libro pasó como suelen acontecer los días que disfrutamos, cual rayo que parte la existencia y nos deja marcados, aunque esa huella no siempre sea percibida, al menos no en un primer instante. Así, como el pestañar del sueño, transcurrió una efeméride más en la que siempre, con mucha ironía, no alcanzo a disfrutar la lectura de algún ejemplar, esto debido a las actividades de celebración (talleres, presentaciones, etc.) en las que participamos y también por los quehaceres laborales. Sin embargo, antes de entristecerme esa situación, me permite valorar la fortuna que gozo de poder laborar todos los días en aquello que me apasiona, y más aún de hacerlo con gente que merece todo mi cariño y admiración.

Los libros y la lectura tocaron mi ser -como el de millones de seres humanos- en un instante que ahora sería imposible determinar, las letras impresas que narran historias (en cualquier género) me abrieron el camino que hoy ando. No sin las tormentas propias de la vida y sus enseñanzas, pero sí con la consciencia de que ese instante en que se volvieron parte de mí no tiene ya un final alcanzable, al menos no en la mundana aventura que llamo vida.

Ese camino y esa aventura me han permitido conocer a personas que, de igual forma, han dejado su huella en mí. Amistades que hoy sobreviven al paso de los años, así como otras que debieron tomar diferentes caminos, no sin haber intercambiado con ellas opiniones, libros e infinidad de letras, todas con características particulares, pero con el peso que se requiere para ser significativas hasta el final de mis días. 

En ese sentido, la fortuna me ha sonreído, y hoy lo hace de nueva cuenta de manera muy especial, pues en ese quehacer entre libros y lecturas, comparto la pasión por las letras con dos mujeres que fortalecen mi ser, ambas llenas de vida y de virtudes, y con un toque especial que las hace únicas. Con Arline y Karla comparto la corrección, edición, escritura, organización de talleres de lectura y de eventos culturales y académicos, etc., así como las actividades propias de una coordinación educativa, pero, sobre todo comparto con ellas el placer de la lectura y el disfrute que sentimos por las obras impresas. El tacto, olor y belleza de un libro que fue resultado del cuidado de la autoría, la edición e impresión nos unen.

No leemos lo mismo, al menos no siempre, nuestros gustos son diversos, eclécticos quizás, pero lo mejor es cuando, luego del acto lector, decidimos compartir el sentir que nos dejó, cuestionar algún planteamiento, o simplemente recomendar la obra para que pueda disfrutarse “en carne propia”. Karla ameniza la seriedad de mis palabras con un comentario irónico, mas no desprovisto de razón. Arline rebate mis posturas ante ciertas ideas, me alimenta, y esa sacudida enriquece la experiencia de leer, pues ambas me permiten mirar de otra forma, o intentarlo, el texto en turno. No podemos estar de acuerdo en todo –¿para qué lo queríamos?-, aunque solemos encontrar los puntos de convergencia entre las ideas, las experiencias personales y lo que a nuestro alrededor acontece. Y no me dejarán mentir las y los lectores, si digo que con eso hemos ya ganado un pequeño lugar en el cielo de las letras.

En cualquier caso, compartir con ellas me enriquece –aunque no se los confiese- y me hace buscar maneras de seguir avanzando para mejorar, pues cada día hay una lectura que nos espera. Y, así, por ahora, expreso mi enorme gratitud y admiración en estas sencillas letras… 

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