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La existencia precede a la esencia”, afirmó Jean-Paul Sartre en su famosa obra “El existencialismo es un humanismo” (1945), y en estos días de reinicio del ciclo vital y ante tanta angustia en el mundo, no puedo evitar pensar en las condiciones materiales que dan forma a las sociedades y las diversas individualidades que forman parte de ellas, sobre todo ahora que el genocidio, las guerras, el hambre, la explotación y la deshumanización siguen recrudeciéndose en un contexto que pareciera no tener salida, aunque en realidad la salida no es otra que la erradicación de las bases de desigualdad e injusticia global que sustentan las atrocidades referidas y muchas más.

Las formas en que los seres humanos conformamos nuestra identidad, ideología y valores, no está nunca desligada del contexto y de la realidad material en la que vivimos, esto referente a la clase social a la que pertenecemos como a la cultura y sistema socioeconómico que rige la sociedad en la que habitamos. Aunque se suele hablar de individuos aislados de su entorno social a la hora de definirlos de una u otra forma, esto es un error o un artilugio ideológico, según se mire, ya que al individualizar al extremo a los seres humanos, se imposibilita la comprensión del origen y razones de su identidad e ideología, nada está exento de la influencia del contexto y de las ideas que en él están presentes, y no debe obviarse que esa esencia social es producto de la interacción y las estructuras socioeconómicas y culturales creadas por los propios seres humanos, nunca al revés.

El existencialismo sartreano parte de la conciencia y con ella del mundo, y de la libertad como algo irrenunciable, ya que incluso en los contextos más autoritarios y déspotas, el ser humano continúa siendo libre en cuanto al ejercicio de la conciencia, sin que esto niegue las cadenas físicas que oprimen los cuerpos, pero no las ideas. Ese es el sentido fundamental que observo en el pensamiento del filósofo francés, y que en el día a día se busca concretar en los actos y en las palabras, sin olvidar que esta forma de comprender la responsabilidad social en el mundo suele ser vista con desdén por quienes han preferido las cadenas que su propia libertad.

Y sí, ante la vileza afilada con la mundanal arrogancia únicamente amerita el seguir andando en la convulsa existencia procurando el resguardo de la esencia como una forma consciente de existencia, y no el vano cultivo del ego y la mediocridad disfrazada de grandeza, pues sé que el fruto más valioso es aquel que se cosecha en la adversidad. Y ahora que el ciclo ha dado una nueva vuelta, llevándose lo que tenía que irse, manteniendo aquello que vale la pena cuidar, amar y procurar, y, sin duda, preparando la llegada de nuevos vientos, retos y proyectos, puedo ante el mar afirmar que no hay mayor regalo que poder mirar el camino y saber que se ha andado sin sustento vil ni descuido del ser. La existencia es eso, un sendero en constante evolución que nos enfrenta a nosotros mismos, y nos deja la posibilidad de sembrar semillas, paso a paso, sin temor al mirar el fruto en la pradera. Ahora, leo a Jean-Paul Sartre buscando entre la nada, algunas razones y muchas más dudas. Al fin de cuentas, hoy únicamente es un día más…

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