La palabra es rebeldía
Cristóbal León Campos: La palabra es rebeldía
Nombrar es dar vida, ya sea a un objeto material, una persona o a una situación individual o colectiva. La palabra ha contribuido en la historia humana a dar sentido a la existencia, explicando los porqués y generado un sinfín de acertijos que hoy ocupan a la mente de los seres humanos. Pero, también, es la palabra una fuente de poder, no por nada se dice que la historia la escriben los vencedores, y es, sin duda, por el uso de la palabra como discurso legitimador de un determinado poder.
La escritora española Irene Vallejo, en su artículo “Rebelde sin pausa”, señala que: “No nos dejemos engañar: la subversión no puede ejercerse desde el poder, ni convertirse en marca o mercancía. Cuando la irreverencia se ha vuelto irrelevante, debemos desconfiar de quienes pretenden que seamos dócilmente rebeldes” (Página 12, 13/oct/2023).
Y me parece de suma relevancia para estos tiempos su reflexión, pues en medio de una nueva campaña mediática que criminaliza a la resistencia palestina reduciéndola a terrorismo (algo nada nuevo en la historia de las luchas sociales), es más que urgente generalizar la palabra como una forma de rebeldía que dignifique la realidad, primero, y ante todo, nombrándola sin temor a ser señalados o marginados de los cenáculos de las fanfarrias de humo.
Y es que la palabra ha sido siempre rebeldía, sino, porqué duele tanto al statu quo el lenguaje incluyente, ese que rompe el molde patriarcal y hace temblar los privilegios del machismo, o, como ocurre desde hace siglos, la palabra es el elemento más vivo de las culturas originarias, ya que durante los procesos de colonización, al negárseles todo, fue la palabra lo que mantuvo vivo el fuego de sus pueblos. Esto, sin nombrar la palabra proletaria; símbolo de libertad cuando se convierte en acción. La palabra es una forma de acción cuando busca un cambio, cuando encuentra una razón y la hace suya, cuando se suma a los esfuerzos por crear realidades nuevas ante el inoperante terror de lo existente.
Por eso la palabra es comunitaria, es lo que nos hizo humanos ante otras especies, y lo que hoy nos da la posibilidad de encontrarnos aún en los contextos más adversos, sin el nombrar de las cosas seríamos inexistencia, pues es en ese acto cuando damos vida, y no hablo de una alienación de lo humano, sino del hecho de que al decir convertimos en existencia lo que acontece, esta es la razón fundamental de los reclamos actuales de movimientos como los feminismos, ya que las mujeres saben lo que ha significado el peso de la negación y la forma cómo vivifica el nombrar las cosas, aunque sean dolorosas como el feminicidio y la violencia de género.
La palabra es libertad cuando se usa para romper las cadenas que atan al pensamiento y que amoldan la existencia a una determinada manera de ver el mundo, es en ella donde inicia el camino de la emancipación, sin importar que sea a través de la voz o la escritura, lo relevante es el sentido y finalidad al ser expresada, pues, también, la palabra es una dolorosa cadena al ser usada para someter y violentar, y en este sentido es donde toma importancia la poética que crea mundos para transformarlos, remando siempre contracorriente y derribando barreras sistémicas.
Hoy, en los tiempos de la comunicación casi instantánea y de los infinitos algoritmos de la información y la desinformación, es cuando más necesitamos seguir cultivando la palabra como algo esencialmente humano y, por tanto, primordialmente rebelde.