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Este domingo es el Día Internacional del Libro, para mí es un día muy especial, porque los libros generan una gran emoción en mi vida, me ilusionan, me atrapan. Cada vez que abro un nuevo ejemplar me invade una intensa curiosidad por conocer con qué me encontraré, qué frases sorprendentes leeré, a qué personajes odiaré y amaré. No puedo omitir el momento supremo de hojear el libro nuevo, para sentir el delicioso aroma que despide.

Todo comenzó un día cuando descubrí que existen otros mundos, me topé de repente con una gran variedad de ventanas que al abrirse me sumergían a lugares desconocidos, llenos de magia e ilusión. Entonces comencé a atesorar libros, dejé que sus letras me envuelvan y sirvan como escalones para llegar a niveles de mi imaginación que no sabía que existían.

Me enamoré muchas veces de sitios emblemáticos, descubrí nuevos olores, conocí personajes que me enseñaron lecciones que a pesar de los años no olvido. Los libros se hicieron parte importante de mi mundo, representando el regalo esperado en Navidad, el motivo de mis ahorros y el compañero sincero que cualquier ser humano añora tener.

Comprendí desde ese tiempo que las letras son terapia al alma, que las palabras son arma de dos filos y que hay frases que esconden sentimientos que acarician el corazón. Me han enseñado muchas cosas los libros, he aprendido que no hay buenos ni malos, todos existen por alguna razón.

Estoy segura de que cada conjunto de páginas tiene una misión en la vida de un lector, quien sin saberlo está destinado a toparse de frente con esas hojas llenas de emociones y lecciones que pueden tener como base la realidad, la ilusión, la fantasía, la verdad o la ficción, escritas por algún inspirado individuo, quien con cuidado se aseguró de que lleguen a su destino, después de la impresión.

Fueron pasando los años desde que descubrí que me gustaba la lectura, entonces detrás de cada experiencia resurgían citas leídas con anterioridad, emociones que conocía sólo en letras y de repente se me presentaban de frente, haciéndome comprender que los libros son tesoros, que esconden respuestas, descifran acertijos y guardan secretos que sanan el corazón.

Es una realidad que quien escribe un libro, permanecerá vivo por siempre, en la mente de alguien, en la vida de muchos, retando al tiempo, la distancia y la razón.

Como dijera el escritor mexicano Benito Taibo: “El libro es capote de torero, paraguas para el sol y la lluvia, escudo contra las flechas de la estulticia, de la imbecilidad que inunda el cielo. El libro es almohada para tener los mejores sueños, cama de clavos para tener las más chidas pesadillas, el libro es pañuelo de lágrimas, bálsamo para las heridas, el libro es este ladrillo que construye ciudadanía, casas, muros, universos”.

Los libros son el paraíso según Jorge Luis Borges, la verdadera universidad para Thomas Carlyle, viajes melancólicos para José Vasconcelos, para Cicerón lo eran todo y fueron los consejeros favoritos de Alfonso V “el Magnánimo”. Leer era para Mario Vargas Llosa, la mejor protesta contra las insuficiencias de la vida; la libertad para Frederick Douglas y una felicidad adictiva para José Emilio Pacheco. Para mí los libros son una bendición.

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